América Latina registra en su historia una larga lista de desastres. Aun así, es extraño que dos eventos de marca mayor ocurran en la misma semana, como sucedió con el terremoto que afectó la zona central de México y el huracán María, que dejó estragos en varias islas del Caribe, incluyendo a Puerto Rico y República Dominicana.
Ante los daños, los analistas han comenzado a evaluar el impacto de cada uno sobre las economías de la zona. El primer veredicto apunta a una suerte muy distinta, por cuenta de las particularidades de la tragedia respectiva.
No hay duda de que las imágenes provenientes del Distrito Federal son impactantes. Los edificios derrumbados y el dolor de aquellos que perdieron a sus familiares en el movimiento telúrico del martes generan impresión y tristeza.
Sin embargo, las consecuencias sobre el país de los aztecas son consideradas como menores. Para comenzar, el Producto Interno Bruto mexicano es el segundo de mayor tamaño en la región, después del de Brasil. Asumir los costos de la reconstrucción no parece difícil y menos en un año que se venía comportando de manera aceptable.
En contraste, la suerte de los estados insulares es muy distinta. Los daños a la infraestructura son de tal magnitud que paralizarán el desarrollo de las actividades productivas durante semanas. Los ingresos del turismo se verán disminuidos, algo definitivo en naciones en donde los dólares que dejan los visitantes son la principal fuente de divisas.
Como si lo anterior resultara poco, el monto de la reconstrucción se encuentra con presupuestos limitados y una baja capacidad institucional. Es muy probable que llegue ayuda internacional, pero la experiencia muestra que el desafío es que las obras se hagan bien, a tiempo y sin que el dinero se pierda. Todo ello, en medio de la impaciencia de las poblaciones locales que, por cuenta de la fuerza de los vientos, ven su futuro comprometido durante años.