La buena noticia es que las cosas empiezan a mejorar. La mala es que el avance es todavía muy tímido. Así podría resumirse el reporte que entregó el Dane en la semana que termina y que incluyó el crecimiento de la economía durante el tercer trimestre del 2017.
Como es sabido, la entidad oficial informó que la expansión del Producto Interno Bruto llegó al 2 por ciento entre julio y septiembre pasados. Dicha tasa no solo es la mejor del año, sino que muestra que diferentes renglones empiezan a mostrar una dinámica más elevada. Aunque difícilmente se podría hablar de un despegue, cobra vigencia la frase según la cual “lo peor quedó atrás”.
Buena parte del mérito de lo sucedido le corresponde a las actividades agropecuarias, apuntaladas por el comportamiento del café. También se salvan los establecimientos financieros o los servicios sociales, con un desempeño que supera de forma notoria al promedio general y que hace pensar que el gasto público aún juega un rol clave a la hora de impulsar la velocidad de la máquina.
No obstante, los analistas destacaron el tropezón del sector de la construcción. Es verdad que las obras civiles entregaron un parte favorable, pero las edificaciones hicieron saltar las alertas con una contracción del 16 por ciento, la más alta desde cuando se llevan estadísticas al respecto.
Por tal motivo, es imposible afirmar que las cosas van muy bien, pues lo que hay es un comportamiento heterogéneo. Y es que junto a los retoños verdes también aparecen luces de color amarillo en el tablero de control de la economía. Debido a ello, las apuestas en torno al crecimiento este año se mantienen en un rango que va del 1,6 al 1,8 por ciento anual.
La esperanza de tiempos más propicios queda pospuesta para el 2018, cuando la expansión del PIB oscilaría en 2,4 y 2,8 por ciento, de acuerdo con observadores locales y extranjeros. Tales perspectivas no dan para hacer ferias y fiestas, pero, por lo menos, comprobarían que vamos firmes por la senda de la recuperación.