Era realmente desconcertante para las grandes potencias ver cómo el imperio de Oriente parecía invulnerable cuando el planeta mostraba su faceta más débil.
Más increíble todavía era la manera en que el Gobierno chino manejaba su economía mediante políticas monetarias y fiscales que satisfacían tanto al sector público como al privado. En plena crisis financiera, el Gobierno impulsó a los bancos a financiar cualquier tipo de construcciones e invirtió miles de millones en proyectos de infraestructura. Fue en el 2010 cuando los países recién salían de la recesión mundial y China se convertía en la segunda economía más grande del mundo, por encima de Japón.
Sin embargo, en la actual crisis mundial ni China está exenta. Debido al enorme desarrollo del país, que alcanzó un PIB de 10,09 trillones de dólares y un crecimiento real del PIB de 10,3 por ciento en el 2010, los precios de la vivienda se dispararon y, aunque el gobierno supo elevar las tasas de interés para prevenir que la burbuja inmobiliaria reventara, la inflación ya se venía acentuando en el país.
Bajo este contexto de presiones inflacionarias –que dentro de todos los problemas económicos es el que más afecta a los sectores pobres de la población, generando descontento y revueltas sociales peligrosos para la estabilidad social–, es de suma importancia para China desacelerar el crecimiento del PIB y buscar enfriar el mercado inmobiliario antes de evidenciar su colapso. China tiene las facultades para lograr esta tarea que, si bien no es fácil, no es imposible para la nación. Y, de hecho, así lo fue para el año 2011.
De acuerdo con la oficina nacional de estadísticas china, los datos de crecimiento durante el 2011 fueron de 9,2 por ciento, experimentando un proceso de desaceleración en relación con el 2010, y, además, se espera que la tasa de crecimiento para el 2012 sea de 8,9 por ciento. Este proceso de desaceleración de la economía proviene de dos fuentes elementales: la disminución de las importaciones europeas provenientes del gigante asiático y la desaceleración del mercado inmobiliario chino.
No obstante, con la crisis Europea afectando las diferentes economías mundiales, será una tarea más ardua para China lograr evitar un ‘aterrizaje forzoso’, en el que su economía pueda sufrir. Es importante darse cuenta que en el 2009 China tenía una inflación del -0,7 por ciento, y del 3,2 por ciento para el 2010. Para el 2011, esta cifra llegó a 4 por ciento (con un máximo de 6,5 por ciento en el mes de julio del mismo año), y a mayo del 2012 alcanzaba el 3,6 por ciento. Es por esto que China debe buscar a toda costa desacelerar su economía, pues no podría darse el lujo de caer en las redes de la inflación y enfrentarse a una crisis inmobiliaria como aquella que sufrió Estados Unidos en el 2008, llevando a inestabilidad social dentro del país, y, peor aún, agravando el estado de la economía mundial.
RICARDO ROJAS PARRA
ECONOMISTA - PROFESOR UNIVERSITARIO
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