La justicia es un tema recurrente en las discusiones y publicaciones de la élite intelectual mundial que reflexiona desde la economía, la teoría política, la sociología y la filosofía, alrededor de grandes preguntas como: ¿qué es la justicia?, ¿cómo distribuir con justicia los derechos y los deberes fundamentales, así como también las ventajas provenientes de la cooperación social?
Aunque estas disertaciones no escapan siempre a las marañas del leguaje filosófico de alto nivel, las conclusiones acerca de la justicia tienen y tendrán fuertes implicaciones prácticas en el orden económico y político con el que vive el ciudadano común.
Por ejemplo, las políticas de un gobierno están relacionadas con una conceptualización sobre el desarrollo humano y con una metodología que pretende medirlo e identificar los factores que lo generan; de igual manera, se puede encontrar una relación entre las teorías sobre el desarrollo humano y las de la justicia.
Teniendo en cuenta las restricciones de espacio, este artículo pretende señalar dos puntos. El primero es sobre la pertinencia de que en Colombia se discuta –para promover el desarrollo humano– la idea de ‘la libertad como capacidad’, de Amartya Sen. La propuesta de este economista que argumenta a favor de una concepción de la justicia, es valiosa porque invita a pensar la libertad y la igualdad como algo real que no debe quedarse consignado en la Constitución.
Cuando se habla de libertad real en el pensamiento de Sen, se quiere mostrar las capacidades que tienen las personas para autorealizarse o materializar su ideal de vida.
Otras teorías sobre la libertad indican que el individuo es libre, por ejemplo, para elegir profesión, pero no abordan el contexto económico, político y social que le impide acceder a su preferencia. Una sociedad justa es aquella en la que el individuo es libre, porque tiene la capacidad para hacerlo.
El segundo punto está relacionado con el primero, la educación es condición para la libertad. La educación tiene dos grandes problemas: falta de calidad y pertinencia para satisfacer necesidades del individuo y la sociedad. Esto se origina en que la educación tradicional aplica un único currículo y una metodología inflexible a estudiantes heterogéneos (con diferencias en el modo de aprender, en las capacidades, en las necesidades); se trata como iguales a quienes no lo son.
El docente ante un grupo de esta naturaleza no puede garantizar calidad en todos los casos, además, es difícil que maximice las capacidades individuales, porque está concentrado en acercarse a un estándar mínimo para el conjunto.
Por el contrario, la educación personalizada, focalizada en el individuo y reconociendo la heterogeneidad, tiene dos ventajas: identifica (qué necesita cada estudiante, cuáles son sus expectativas, cómo aprende, qué habilidades tiene), diseña y aplica una estrategia para corresponder a lo identificado.
Pensándolo bien, la educación personalizada, al pretender que cada individuo desarrolle al máximo sus habilidades y que se forme para cumplir su proyecto de vida, se perfila como un mecanismo para promover la idea de Sen: libertad como capacidad.
Ricardo Rojas Parra
Economista - Profesor universitario
riropa@gmail.com