Francia, al igual que los países europeos, ha sufrido cambios transitorios y estructurales. El legado de la crisis en la zona euro ha sido el replanteamiento de canales a través de los cuales la economía puede reconstruir su capacidad de producción, enfocándose en la parte financiera, el mercado laboral y la inversión extranjera.
Si bien la agenda de reforma del G-20 cubrió una serie de cambios orgánicos en pro de la minimización de riesgo, a través de una regulación más fuerte, la inversión necesita tener un colchón que garantice las condiciones para su desarrollo.
Un elemento que ha llamado la atención en la zona euro es el poco dinamismo que han tenido los indicadores macro en el país francés. Analizando el crecimiento económico del 2014, Francia logró una variación con respecto al año anterior de 0,2 por ciento, mientras que Suiza, Alemania y Bélgica registraron una variación de 1,9 por ciento, 1,6 por ciento y 1,1 por ciento, respectivamente. Sin embargo, la variación francesa se ubica por debajo de la de España (1,4 por ciento), e Irlanda (4,8 por ciento), exceptuando el caso de Italia (-0,4 por ciento).
Pese a tener unos cambios de crecimiento heterogéneos, se evidencian reformas internas en algunas economías para reactivar su dinamismo por medio de la producción industrial. De hecho, desde el 2014 el país francés presenta una tendencia creciente en este sector, comparable con la que ha tenido la zona euro. Según el Fondo Monetario Internacional, la producción industrial en Francia creció 1,3 por ciento con respecto al trimestre anterior, similar al alcanzado por la zona euro de 1,4 por ciento. El país destacado en este indicador es Irlanda, con un crecimiento del 24,2 por ciento durante el mismo periodo.
Con un panorama no tan favorable para Francia, se ha identificado que una posible vía de apalancamiento hacia un despegue económico reside en tener una mayor capacidad de financiar la inversión en la economía. Christian Noyer, director del Banco Central de Francia, expone que la crisis financiera dejó una actitud de bajo riesgo entre los agentes de la economía, que se ha visto reflejado en financiación respaldada por colaterales, un mercado crediticio con plazos de vencimiento más cortos e inversionistas que demandan más transparencia a la hora de invertir.
Es interesante anotar que la evidencia empírica en países de la Unión Europea muestra que los flujos de inversión extranjera directa (IED) pueden ayudar a mejorar la economía a través del fortalecimiento en el mercado laboral. Según un informe del Banco Central Francés, realizado por Jude y Pop (2015), la integración progresiva de los países europeos a través del comercio y la IED pueden disminuir la intensidad de trabajo de producción, pero la fuerte participación de empresas extranjeras en la economía local converge hacia un efecto positivo en el largo plazo.
De allí, que el reto de Francia esté ligado a mejorar su producción interna, para que, a través de las reformas en el sector financiero, sea capaz de recibir la IED, y se convierta en un canal de potencial crecimiento económico.
Ricardo Rojas P.
Economista - profesor universitario
riropa@gmail.com