El dilema que enfrenta hoy Colombia es simple: tenemos mentalidad positiva y confianza en nuestras capacidades o vamos a despedazarnos entre nosotros con críticas, ataques y recriminaciones.
Lo primero, impulsa al país, mueve la economía, los negocios, genera empleo, trae inversión extranjera; lo segundo, nos debilita, frena el desarrollo industrial, crea incertidumbre entre inversionistas, nos confunde respecto a lo que debemos hacer.
El mundo enfrenta duros retos económicos, y Colombia tiene que sortear esta situación sacando lo mejor que tiene: su posición de liderazgo y fortaleza en el escenario latinoamericano y continental. Somos un país reconocido por la solidez de nuestra democracia, la capacidad de enfrentar los más grandes desafíos de la criminalidad y la violencia, respetando las libertades y los derechos humanos, y dando garantías a la libertad de expresión.
Somos una nación que no se metió en las aventuras caudillistas de izquierda o derecha que prometen el cielo y, en la práctica, llevan a los países al infierno.
Somos orgullosos de mantener en alto la prioridad de la seguridad, pero también la de reconocer y atender a las víctimas del conflicto, devolviéndoles sus tierras y su dignidad como seres humanos.
El momento presente exige claridad de propósito del Gobierno y los diferentes actores sociales.
Este tiene la capacidad de convocar a la sociedad mediante un liderazgo positivo, un discurso sustentado en buscar objetivos comunes de progreso, desarrollo y bienestar.
Tiene la obligación de frenar la corrupción que debilita la confianza de la gente en las instituciones. Se requiere que el Gobierno use toda su fuerza para impulsar las reformas, políticas y medidas concretas que pongan en cintura a los corruptos.
No es suficiente lo que hoy se hace en este frente. La Fiscalía General de la Nación perdió impulso y está dando palos de ciego. Y en los órganos de control hay mucho protagonismo de sus titulares.
No se ve el trabajo de fondo por frenar la corrupción y el mal gobierno en muchas instituciones en los planos nacional, departamental y local.
En este punto, tanto como en el aspecto de la seguridad, están las preocupaciones centrales de la gente y los empresarios.
La confianza en el Gobierno y las instituciones nace cuando estas son vistas como justas y eficientes. No es posible convocar a los colombianos a la unidad de propósito en torno a grandes metas y citarlos al optimismo para jalar todos para el mismo lado, mientras funcionarios y políticos hacen de sus cargos una fiesta de privilegios para sus amigos y familiares en beneficio de sus bolsillos y no del interés nacional.
Hay que volver a la esencia de la política: servicio público.
No servicio para mi familia, mis amigos o mis intereses políticos. Servicio desinteresado para todos. Servir es trabajar para otros.
Servir es sacrificar mi propio interés por algo superior y sagrado: el beneficio colectivo. Y esto no se logra peleando y criticando por lo mío, sino buscando consensos y siendo generosos en beneficio de Colombia.
Ricardo Santamaría
Politólogo - Periodista