Es una pena que el Gobierno colombiano, por conducto de la Canciller María Ángela Holguín, haya decidido no hacer comentarios sobre lo publicado por el libro de los ingleses basado en el contenido de los computadores del fallecido jefe de las Farc, ‘Raúl Reyes’.
En ese texto queda al descubierto la estrecha alianza que en su momento se dio entre el grupo guerrillero y el presidente Hugo Chávez.
Cualquiera entiende que se busque preservar las buenas relaciones que hoy existen con Venezuela. Lo que resulta desafortunado es que se trate de ocultar la realidad. Cuando se parte del hecho de no reconocer lo que ocurrió –lo que los psicólogos llaman negación– es difícil superar una situación, cualquiera que ella sea.
Este era el momento perfecto para que el Gobierno de Colombia, en nombre de toda la sociedad, transmitiera un mensaje esencial: esperamos que esto no vuelva a ocurrir. Simple y poderoso.
Esperamos que ningún gobierno vuelva a aliarse con grupos ilegales que usan el terrorismo contra sus congéneres y nuestra democracia. Todos saben –los presidentes Santos y Chávez, los cancilleres, todo el mundo– que lo que dice ese libro, basado en la correspondencia de ‘Reyes’, es cierto.
¿Entonces porqué hacerse los bobos? ¿Por qué no reconocer la realidad completa: que la alianza Chávez-Farc ocurrió una vez, que hoy la situación es otra y que queremos paz y cooperación entre Colombia y Venezuela? No son objetivos incompatibles.
El esfuerzo diplomático de Santos y Holguín por la paz, por acercarse a Venezuela y Ecuador, es correcto e histórico. Es bueno para Colombia y el mundo. Lo absurdo es no reconocer cuál fue el origen del problema. No se trata de señalar a Chávez y a Venezuela y truncar el proceso de reconciliación en curso. Se trata de reconocer el pasado para tener un presente y un futuro distintos, basados en un reconocimiento público de lo sucedido. Lo contrario de la negación: aceptar para perdonar y transformar.
Si yo fuera asesor del Presidente, en vez de frase de la Canciller de que “el Gobierno no tiene comentarios la respecto”, habría propuesto esta: “Si lo que dice ese libro es cierto, el Gobierno de Colombia espera que ello nunca vuelva a ocurrir. Hoy tenemos una relación con Venezuela basada en la verdad y el respeto mutuo, y valoramos el camino de cooperación que estamos recorriendo.
Colombia se mantiene en esta actitud de paz en beneficio de ambos pueblos”. Algo así, afirmativo, que deje claro para la historia que tomamos nota de lo que ocurrió, que no puede repetirse y que el presente es distinto.
Lo otro que sorprende es que a todos les parezca bien que la actitud tomada por el Gobierno de Colombia de guardar silencio es la correcta. La pregunta que surge es aun más inquietante: ¿cómo llegamos a esta diplomacia de mentiras?