Hasta ahora, el debate sobre la paz de Colombia se ha dado, principalmente, en el escenario del Gobierno y la oposición. Ha estado dominado por los argumentos de los defensores o detractores del proceso de conversaciones de La Habana. Y también, por la idea de que la paz llegará principalmente por lo que hagan o dejen de hacer el Gobierno, la guerrilla y las instituciones.
Pero la realidad es otra. La paz de Colombia es un tema nacional, sin color político o partidista, que va más allá de las ideologías o las pasiones de izquierda o derecha. Es responsabilidad de todos y cada uno de los colombianos. Solo si se ve de esta manera el momento que hoy vive el país, seremos capaces de aprovechar los acuerdos de fin del conflicto como un trampolín, que nos permita transformar, de fondo, la realidad de nuestro país.
Si nos quedamos en las peleas de los temas de justicia, o dónde deben cumplir las condenas los máximos responsables de la violencia, que hemos vivido en los últimos 50 años, nunca seremos capaces de construir la paz con la cual hoy soñamos.
El problema del conflicto, más allá de las tragedias y el sufrimiento que ha traído a millones de colombianos, es que, al convertir la seguridad en la prioridad nacional, relega a segundo plano las verdaderas necesidades de bienestar y desarrollo. Por ello, la oportunidad real del posconflicto es retomar como prioridad de las políticas públicas los verdaderos y reales problemas de Colombia: la educación, la salud, la infraestructura, la lucha contra la corrupción. Y que el esfuerzo privado e internacional se sume a estos propósitos.
Y si analizamos las comunicaciones de los diálogos de paz, el énfasis hasta ahora ha estado en explicar los acuerdos alcanzados y hacer pedagogía alrededor de ellos. El esfuerzo del Gobierno ha sido crear un clima favorable y razonable de opinión pública en torno a las conversaciones con las Farc, evitando confrontaciones innecesarias con los distintos actores sociales y políticos y manejando, con cautela, graves eventos de orden público que se han presentado. Y buscando aliados internacionales de primer orden que den soporte público al proceso.
La verdad es que no hay punto medio en el que las declaraciones del Presidente de la República deje contentos a todos. No es fácil cuando hay de por medio muertes y destrucción, y polarización ideológica y política. Pero, Santos y el equipo del Gobierno han obrado con inteligencia y determinación, teniendo como norte pactar el fin del conflicto con la guerrilla. Y el presidente ha seguido gobernando en todos los frentes.
Estamos en la recta final de las conversaciones y llegó la hora de buscar que la paz se asuma no como la responsabilidad de unos actores, sino de todos y cada uno de los colombianos.
Sacar el balón de la paz de la lucha entre el Gobierno y la oposición para pasárselo a cada colombiano. Empoderarlo con este propósito, hacerlo sentir que la paz es con él, que todos digamos: la paz es conmigo. Transmitir mensajes que empoderen a la gente sobre su responsabilidad de construir la paz en el día a día, en el quehacer normal de cada persona, familia y comunidad.
Solo así podremos darle a la paz su sentido real y trascedente, que no es el de ser un acontecimiento más de la lucha por el poder, sino el escenario de unión nacional para darle un vuelvo real y positivo a la realidad de Colombia.
Ricardo Santamaría
Analista
risasa1960@gmail.com