El mundo se pregunta qué puede explicar la decisión de Trump de pasar la embajada a Jerusalén, generando tensiones de todo tipo en una zona del mundo que todos los conocedores califican como volátil y altamente sensible. Un lugar sagrado para las tres religiones monoteístas más importantes, que exige, como ninguno, un tratamiento de mucho cuidado en estos tiempos en los que el ‘choque de civilizaciones’, como lo calificó Huntington, es un riesgo real.
No es coincidencia que temas tan complejos siempre hayan sido objeto de la alta diplomacia, y es por ello que en este campo lo que se hacen son análisis globales que exploran y prevén las repercusiones que cada acción puede tener, y antes que manifestaciones explícitas, lo que se usan son señales, gestos, canales de comunicación paralelos y todo un conjunto de sofisticadas herramientas de comunicación y persuasión, en lo cual las cancillerías más experimentadas e instituciones como el Vaticano han sido expertas. El Departamento de Estado ha sido, desde la época de la posguerra, en el siglo pasado –a pesar de muchos errores– consciente de su papel de superpotencia y las responsabilidades que esto implica. Estados Unidos cuenta con diplomáticos experimentados y con una academia que ha estudiado a profundidad el tema de las relaciones internacionales para poder desempeñar este rol con competencia.
Pues bien, el señor Trump lo dice de manera muy explícita en ‘su’ libro Great Again: How to fix our crippled America: “Los diplomáticos de carrera (…) dicen que no tengo experiencia en política exterior (…), ¿por qué debemos seguir poniéndoles atención?”. “Algunos de los llamados expertos tratan de asustar a la gente diciendo que mi enfoque hará al mundo más peligroso. ¿Más peligroso que, qué? Mi enfoque es operar desde la fuerza (...), darles recompensa a los países que trabajen con nosotros y castigar a los que no lo hagan”. “Y si vamos a ser el policía del mundo, los países que dependen de nosotros para su seguridad, deben pagar por ello”. En fin, se podrían citar muchas afirmaciones de este señor, que dejan claro lo que piensa de la diplomacia, del resto del mundo y de las interrelaciones que existen en un escenario globalizado.
Claramente, Trump está renunciando al papel de líder mundial, como se ha visto en los escenarios multilaterales, y se enfoca en fortalecer su posición en la política interna, sin medir las consecuencias de sus actos. En el tema judío, lo dijo también “Hemos estado con Israel y lo seguiremos estando porque es la única democracia estable de esa región”. Frente a esa promesa de campaña que se podría manejar con tino para buscar la estabilidad regional, resolvió patear la mesa de las negociaciones entre judíos y palestinos y crear una situación de inestabilidad que, posiblemente, tendrá serias expresiones de violencia en los meses por venir.
A Trump, sin embargo, poco le importa, pues, seguramente, con eso cree estar ganando simpatías de la comunidad judía-norteamericana, lo que tampoco es claro que esté sucediendo. Y ese es el presidente de Estados Unidos.