El mundo vive hoy tiempos de locura. Todos los días surgen noticias desconcertantes: Trump despide a su Secretario de Estado a través de Twitter, en Italia el representante de un partido, dirigido por un cómico, se perfila como primer ministro, en Inglaterra, May pone un ultimátum a Rusia por un episodio de espías y venenos, en Brasil el más opcionado a la presidencia está cerca de ir a la cárcel, y en Perú, a punto de iniciarse la Cumbre de las Américas, Kuczynski está de nuevo en la cuerda floja. Así podríamos seguir ennumerando muchos casos que evidencian este complejo periodo de la historia, que llevará a reacomodos y a nuevos arreglos de convivencia entre países, y entre las personas.
En ese panorama tan turbulento, con todo y sus problemas, Colombia avanza y sigue madurando, como se vio en las pasadas elecciones. Fueron pacíficas y ordenadas, los resultados se conocieron rápidamente y –con un lunar muy marginal frente al conjunto que fue el problema localizado de los tarjetones– permitieron un verdadero evento democrático que se refleja en los resultados. Todos pudieron participar y la composición del Congreso, nos guste o no, es la realidad política del país de hoy. Los partidos se han debilitado y son más una razón social que una estructura sólida, pero existen y hacen valer su fuerza como se observa en la composición del nuevo Congreso. Tampoco se puede decir que no haya renovación, pues son muchas las caras nuevas que se presentaron a la elección y bastantes las que habían estado por muchos años, y ya no van a estar presentes.
En su debut en la arena política, los exguerrilleros quedaron ‘en sus platas’, desvirtuando esas afirmaciones de que el país había sido entregado a las Farc; y se reafirmó, por el contrario, que con nuestras particularidades estamos en la misma línea de muchos países, donde las sociedades se dividen entre quienes defienden un estado de las cosas y los que no están de acuerdo con ello y no se quedan callados, sino que lo manifiestan. En mayor o menor grado, son los ‘indignados’ que encuentran en las promesas populistas una esperanza para alcanzar la satisfacción de una serie de necesidades que son más evidentes en la medida en que el país progresa. Allí deben estar muchos de los que votaron por Petro, pero también los que quieren una renovación y una depuración de las prácticas de los políticos tradicionales y, seguramente, son los que explican altas votaciones, como la de Mockus.
Los extremos se manifestaron, pero el resultado lo va a definir quien sea capaz de atraer a ese centro que al fin y al cabo es la mayoría y que quiere vivir en paz, tener empleo, creer en la justicia y que rechaza con vehemencia la corrupción. Los riesgos de los extremismos no han desaparecido, pero hoy se puede mirar con más esperanza la situación del país para el próximo cuatrienio.
La tarea se va a terminar votando a conciencia, sin dejarse llevar solo por las pasiones.