En esta sociedad mediática, el acceso a la información de todos los ciudadanos se ha incrementado de forma exponencial, pero, a su vez, el mensaje que se recibe está cada vez intermediado por quienes lo comunican. La influencia de los medios es cada vez mayor y es algo que poco se ejerce con la responsabilidad que deberían tener.
Por otro lado, tampoco los medios organizados tienen control sobre lo que se comunica, pues la explosión de nuevos jugadores a través de los medios digitales crea fenómenos de opinión muy particulares.
Lo cierto es que, quienes se dedican al negocio de los medios se dejan llevar por la corriente y terminan, en su gran mayoría, en competencia despiadada por el añorado rating, dejando a un lado el papel tan importante que podrían tener en la construcción de sociedad.
He tenido la oportunidad de ver recientemente dos series de televisión de alta calidad: Isabel, producida por la televisión española y la serie inglesa Downton Abbey, y resulta impresionante lo que puede ser la buena televisión frente a la basura de la mayoría de los canales con gran audiencia.
Cómo sería de bueno que las programadoras colombianas, empeñadas en exaltar a algunos de los personajes más funestos de nuestra historia, dedicaran un rato a ver series de esa calidad para que entiendan de lo que pueden ser capaces, pues, no hay duda, que por recursos técnicos y de actuación, en Colombia se pueden lograr grandes resultados.
El tema del rating, desafortunadamente, termina siendo análogo a lo que ocurre con las encuestas de opinión, que llevan a los gobernantes a olvidar sus programas y objetivos por responder a lo que opinan los entrevistados que, a su vez, están replicando lo que vieron en cualquier titular del radio o de televisión, y rara vez cuentan con los elementos necesarios para dar una opinión informada.
Aunque hay casos tan evidentes en los que el ciudadano del común y el líder de opinión comparten posiciones, como sucede con Petro en Bogotá, cuya incompetencia pone a la mayoría de acuerdo, hay otros en los que se ve la gran distancia entre las encuestas y lo que de verdad ocurre.
Un caso que ilustra esta situación es el de las recientes encuestas sobre los alcaldes, donde el de Cali tiene cada vez menos popularidad entre los entrevistados.
Cualquiera que conozca la ciudad y que haya visto el deterioro que experimentó en los últimos años, por cuenta, sobretodo, de las malas administraciones, queda gratamente sorprendido por la seriedad con que hoy se gobierna y por la visión de largo plazo que se le está imprimiendo a muchas de las decisiones que permiten ver con optimismo el futuro de la capital vallecaucana.
Pues bien, como se trata de una alcaldía con poco show y menos populismo, la opinión del ciudadano común termina siendo negativa.
Evitar la tragedia que pudiera llegar a suceder si no se adelantan las obras del jarillón de Aguablanca, por ejemplo, no da rating, pero muestra la responsabilidad de un buen gobernante.
Ricardo Villaveces P.
Consultor privado