"El político piensa en las próximas elecciones, el estadista piensa en las próximas generaciones". Qué buena lección ha dado el presidente Obama. No ha sido fácil su primer año de Gobierno, aunque ya ha hecho historia al ser el primer presidente de raza negra en un país, que hasta hace pocos años, tenía al racismo como uno de los temas centrales en la lucha por los derechos civiles. El comienzo de su mandato coincidió con el inicio de una crisis económica sin antecedentes y recibió el país de uno de los mandatarios más cuestionados de la historia de Estados Unidos que, además, entregaba la nación con un inmenso déficit fiscal, e inmerso en guerras, algunas de las cuales habían venido adquiriendo un carácter de situación sin salida.
Esas situaciones obligaron a Obama a gastar su popularidad desde sus inicios para darle algún manejo a la locura de sus conciudadanos que habían dejado llegar el asunto a límites insospechados, como se pudo observar en el caso de algunas entidades financieras, o de la industria automotriz. Lo cierto es que ha podido ir sorteando la situación y el país comienza a dar señales de recuperación. En el entretanto, ha dilatado algunas de sus promesas de campaña, como el cierre de Guantánamo, y ha tenido que aumentar la presencia norteamericana en Afganistán decepcionando a muchos de sus electores.
La mayoría demócrata en el Congreso ha sido estrecha y en medio de tantos problemas, difícilmente ha podido adelantar grandes transformaciones. Con unas elecciones parlamentarias en el próximo noviembre, lo que muchos hubieran esperado es que se estaría dedicando a trabajar en la recuperación de la popularidad perdida y en asegurar la permanencia de la mayoría demócrata en el Congreso.
Pues bien, dejando a un lado lo que hubiera sido el enfoque típico del político tradicional, Obama se empeñó, a fondo, en realizar una transformación de grandes proporciones en un tema que, sin duda, no sólo va a tener impacto en los electores de noviembre, sino en las generaciones por venir, y que tendrá grandes efectos en los ciudadanos, por una parte, pero, por la otra, en muchas empresas y grupos de interés que habían sido los beneficiarios de la situación existente. La reforma del sistema de salud es, sin duda, una iniciativa típica de un verdadero estadista que se la juega toda por lo que cree pero que, además, a pesar de los riesgos que asume, lo hace convencido y consciente de la repercusión que irá a tener en la construcción de sociedad y, por qué no decirlo, en la viabilidad que tendrá el papel de predominio de ese país a nivel global en los años por venir.
Qué buen ejemplo para nuestros candidatos y, sobre todo, para el que resulte elegido, pues tendrá que hacerse preguntas similares en relación con la situación fiscal, con la política de salud, con la laboral, con los temas de infraestructura, entre otras. Será entonces la hora de que ese nuevo Presidente muestre al país si va jugársela por las próximas generaciones, o si se limitará a buscar sólo su reelección retrasando, una vez más, las difíciles decisiones que el país requiere.