Como bien lo sabemos los colombianos, nuestro país es bien particular, pues en él se dan procesos sociales bastante curiosos. Tenemos altos niveles de violencia y, a su vez, en las encuestas aparecemos como uno de los países más felices del mundo.
Nos quejamos de la indisciplina ciudadana y, paradójicamente, tenemos comportamientos de bastante autodisciplina, pues lo que se cumple y la forma como convivimos con nuestros conciudadanos dependen de las convicciones y los comportamientos individuales, ya que la justicia deja mucho que desear, las autoridades son ausentes en materia de civismo y las normas, con frecuencia, se desconocen.
Una de esas particularidades de nuestra amada patria es que en ella se da algo que podría llamarse ‘revoluciones silenciosas’, porque ‘sin querer queriendo’ se van produciendo cambios profundos en nuestros comportamientos, algunos de los cuales han sido objeto de grandes debates y conflictos en otras sociedades, y aquí pasan sin que nos demos cuenta hasta que se han producido.
Un ejemplo de ello ocurrió con la transición demográfica.
Un país supuestamente católico y, en su momento, bastante conservador en sus costumbres, redujo sustancialmente su tasa de natalidad sin que se dieran los grandes debates que sucedieron en otras latitudes.
Algo parecido viene sucediendo con la emergencia de las mujeres en todas las posiciones y los estamentos. Los homosexuales, por su parte, vienen ganando espacio sin grandes traumatismos. En fin, son muchos los casos similares.
Uno que vale la pena destacar es el de la conciencia ambiental que se ha venido creando.
Hay situaciones de mucha visibilidad, como la ocurrida con una empresa minera por estos días, pero ese es un caso más mediático que otra cosa.
Lo que verdaderamente impresiona es lo que se observa cuando se visita el país rural y, en mayor o menor grado, se encuentra que el nivel de conciencia ambiental y de actividad concreta en estos frentes es altísima.
El tema de la biodiversidad, extraño para los habitantes de las ciudades, es el ‘pan de cada día’ para muchas personas de la Colombia rural. Pero, además, es muy emocionante encontrar que a pesar de las dificultades, de las limitaciones de recursos y de los efectos económicos de corto plazo que pueden tener en algunos casos los campesinos, entienden la importancia de ceder parte de sus parcelas para desarrollar zonas de protección de sus quebradas, para hacer corredores ambientales que conectan los relictos boscosos que se han logrado preservar.
Entienden la importancia de recuperar las especies en extinción y se adelantan acciones de diseminación de especies nativas.
Si bien, todavía aisladas, este tipo de acciones se hallan a lo largo y ancho de la Colombia andina y hacen pensar que, en este frente, también se está desarrollando una revolución silenciosa que valora cada vez más nuestra riqueza en biodiversidad y, además, ve concreta la posibilidad de empezar a potencializar todo lo que ofrece un mercado de servicios ambientales en proceso de desarrollo, esos campesinos están haciendo por la sostenibilidad mucho más de lo que varias entidades de las zonas urbanas proclaman, pero no realizan.
Ricardo Villaveces P.
Consultor privado