La tenacidad de la Continental Gold es de admirar. Han sido años de lidiar con una burocracia procastinadora y timorata. Su propósito: explotar el oro en las ricas vetas subterráneas de la Buritacá precolombina. En parte, por ellas el fundador de la vecina Santa Fe de Antioquia, mariscal Jorge Robledo, fue asesinado judicialmente por Sebastián de Belalcázar en 1546. El oro sangriento sigue dueño de Colombia, aunque no por cuenta de Continental Gold, que va a contribuir, en armonía con la comunidad artesanal, ilegal, contaminadora y centenaria, a regularizar la mina de socavón más grande de Latinoamérica.
Mucha falta hace la minería responsable. Se estima que Colombia produce hoy 60 toneladas de oro al año. Apenas nueve de ellas provienen de explotaciones en regla. Son los lingotes de Mineros S. A. (El Bagre, Zaragoza) y de la Colombian Gold Corp. (Segovia, Marmato). Buriticá doblará las toneladas legales. La opinión asocia la minería del oro en gran escala con daños ecológicos y con una implícita perfidia de las empresas capaces de acometer megaproyectos. Ya no son del paseo, por ejemplo, dos de la más importantes del mundo: AngloGold Ashanti (La Colosa) y Greystar (Santurbán), después de haber invertido años y millones en exploración con anuencia y estímulo del Estado.
La victimización es un batiburrillo que incluye, entre otros factores, ecofanáticos y temor de las comunidades al cambio. Vaya y venga, pero mientras tanto, la minería ilegal de oro pulula. La bandas criminales, llámense Farc o delincuentes comunes, producen el 85 por ciento del oro nacional. Han cooptado a los barequeros de tradición colonial que llevan parte al Banco de la República, donde, por ser ellos, nadie hace preguntas, aunque lo que vendan sume varias vidas de trabajo artesanal. Con razón, se dice que a las Farc no les importa dejar la coca e informar sobre intermediarios y rutas. Los mexicanos aprietan mucho y desde hace algún tiempo, el oro ilegal es mejor negocio. Silencio del acuerdo de paz sobre producción aurea.
El oro fue el puntal casi único de la economía neogranadina durante trescientos años, y continuó siéndolo en las primeras décadas de la República. Hasta el café, nada más producía la precaria autarquía colonial para adquirir lo esencial del exterior. Con él se pagaban harinas, herramientas, el ocasional clavicordio y los esclavos. Al mismo tiempo, por su alta densidad y precio, era el medio de cambio ideal también para el contrabando. Los holandeses desarrollaron una práctica balanza manual para pesar el polvo dorado in situ. Comerciaban desde La Guajira hasta el Atrato.
Con burocrática mentalidad se prohibió, para prevenir el contrabando, la navegación por las Bocas del Atrato, que –aunque nada impidió– encareció los suministros para los mineros de Nóvita.
Hoy, la ilegalidad parece invisible, pero hay, en el llano y en la selva, miles de minas a cielo abierto, con palas mecánicas y dragas que desafían la ceguera. Bloques de búsqueda helioportados harían estragos.
Los grandes refinadores, como Metalor Tecnologies, dicen tener estrictos protocolos contra la compra de oro sangriento. El London Bullion Market Assoc. y el Consejo de Joyería Responsable aplican normas de acreditación contra oro destructor del medioambiente y manchado por grupos terroristas. Lo mismo dicen usuarios como Apple o GE. Letra muerta. Oro es oro, y se cuela en lingotes más livianos que las brujas.
Rodolfo Segovia
Exministro - Historiador
rsegovia@sillar.com.co
Oro brujo
La minería ilegal de oro pulula. Las bandas criminales, llámense Farc o delincuentes comunes, producen el 85 por ciento del oro nacional.
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