Los agoreros abundan. Las cábalas, aún más. Al ritmo de las encuestas y del murmullo en las calles, se van urdiendo panoramas catastróficos. Y, en efecto, la presidencia de Petro ha adquirido visos de realidad. De materializarse, sería la ruptura con un modelo económico, inseparable de la libertad, que acompaña a Colombia desde siempre. Es lo que estaría en juego. Todos los conflictos políticos de la historia nacional: por las relaciones con la Iglesia, el librecambio, la libertad de expresión y de cátedra, los coqueteos con el fascismo y los matices socializantes, palidecen ante las opciones de hoy. Y la historia tiende a demostrar que el mal camino es un camino sin retorno, irreversible salvo resistencia con fuerza extrema.
La legitimidad del poder se obtiene en las urnas, también desde siempre en Colombia. Aquí se ha votado desde los albores de la República, casi más que en ningún otro país de América. Hasta con fraude se han reconocido a veces las victorias. Sobre ese pedestal se construyeron el Estado de derecho y las instituciones democráticas. De un tiempo para acá, sin embargo, malandrines han cooptado la urna, con el propósito de entrarle a saco in crescendo a los bienes públicos. La han deslegitimado. La indignación, tan sentida como irreflexiva, lleva a que las gentes quieran que les devuelvan la pureza de la urna, sin importarles por quién vota, siempre que le perciban como adalid de la decencia. Petro anda montado en ese pilar, como Palemón, el Estilista, “que burló con tanto ingenio las astucias del demonio”. Hasta cuando, “dejando su columna de granito se marchó (…) en coloquio con la bella cortesana” marxista. “¡A la vista de la absorta caravana!”. El maestro Guillermo Valencia sabía de qué hablaba.
Ahora bien, se nace rodeado de males y se muere rodeado de males. Solo se puede aspirar a que los males del final no sean iguales a los males del principio (Savater). Y el mal apabulla a la bondad porque esta es más privada que pública. Ha llegado el momento de llevarla a la plaza, o por lo menos a las redes sociales. Y para no abandonar la literatura, hay que acordarse de lo que Juan Rulfo escuchó del pensador: “las personas libres nunca se preguntan esto que se oye siempre ¿qué va a pasar? La personas libres se preguntan ¿qué vamos a hacer? Porque pasará lo que se deje que pase. Nadie vendrá al rescate de ninguna parte”. Basta de andar cuchichiando temblorosos como en un Tío Vivo. Hay más bien que dedicarse con tesón a influir y a meterse la mano al dril. Del ruido, al menos de ciertos ruidos, algo queda. Lo peor de la queja en camarilla es que suena a silencio.
El desmantelamiento de las instituciones de la democracia liberal está en marcha, siguiendo las directrices del Foro de São Paulo: borrar la historia común, una sociedad sin héroes fundacionales es vulnerable, como en ‘1984’, castrar las Fuerzas Armadas, infiltrar la justicia, subvertir por las armas donde haya espacio. Para remontar esa pendiente hay, pues, que aferrarse a la urna, que es lo único que todavía legitima el poder por estos lares. La alternativa es un abismo, donde habita el subteniente que los humanos llevan adentro y que cree poder hacer lo que le da la gana sin explicar. Don Sancho Jimeno avizoraba con aprehensión en el horizonte las velas piratas desde la almena del San Luis de Bocachica, en 1697. Sabía que no iba a dejarse derrotar sin lucha.