Democracias prisioneras de extremismos no prosperan. Se duda de su viabilidad. El interés nacional patina. Conlleva resignarse a bajo crecimiento y alto desempleo. En Francia proponen salidas. Nación pensante, no se ha quedado en la Revolución de 1789.
En el siglo pasado, después de dos lacerantes grandes guerras que la paralizaron, dio al mundo occidental mayo del 68, una revuelta con salida electoral. Ahora propone Macron.
En el trasfondo de Le Pen y del Mélanchon de la izquierda amorfa, se diría que el mérito del nuevo presidente de Francia ha sido abrir el espacio entre los extremos, de por sí un logro considerable.
Pero su atractivo va mucho más lejos. Macron se planta en la globalización, con pilar inmediato en la Unión Europea y en la economía de mercado posmoderna.
Colombia, hundida en el negativismo, algo podría aprender. Aprietan en la calle maestros que quieren más plata –válido– sin mejor calidad o medida de su rendimiento –invalido–. Maltratan a los niños. Desestabilizan paros cívicos de afrodescendientes a los que ante todo hay que ayudar a ayudarse. Cunden las mingas. Amenaza el complejo mundo ‘posFarc’, con sus gestores de cambio sin retorno y sus bandas de forajidos. Se cuestiona la integridad de la élite, como ha sucedido tan injusta y peligrosamente en Reficar.
Habría que proponer, como Macron, escapes del marasmo. Habría que conjurar conceptos, munición electoral, que sacudan la atonía y atraigan a los abstencionistas, esos filósofos subliminales del nihilismo. En tiempos de don Sancho Jimeno, defensor de Bocachica en 1697, los Áustrias españoles se extinguieron, no por agotamiento genético, sino por falta de ideas.
Para lo práctico: ¡es la economía, estúpido! La manida frase cuadra. Colombia anda empantanada en el bajo crecimiento y el alto desempleo. No se entrevén sectores productivos que jalen el vagón. Y no aflorarán sino consintiendo con seguridad jurídica al emprendedor. En eso se equivocó Marx, que no entendió su función. La economía de mercado no es una sucesión de equilibrios, sino una secuencia de procesos creativos. Para lo estático mejor irse a Cuba.
Al desempleo hay que sacarlo de las garras de los colonizadores de puestos, esos sí consentidos de la ley, y las convenciones de sindicatos. A los que, además, habría que arrebatarles, junto con sus compinches, los empresarios apoltronados, el control del Sena. De qué otra manera se va a adaptar colombianos al mundo del trabajo en la globalización que es un hecho irreversible.
Atenazar la globalización con garras para que sea útil, como pretende Macron, tiene una saludable aplicación en Uber. Los cocheros también se opusieron hace un siglo, pero entonces nadie los enseñó a manejar. No se entra al mundo digital con malabares de Mintransporte. Y tampoco es justo dejar al taxi, así sea un oligopolio odioso, en el limbo. Piénsense más bien en maridarlo con los bits y no demorar, como demoró la libertad de los esclavos por falta de dinero para compensar a sus amos. Las licencias de los amarillos, proporciones guardadas, valen menos.
Se vive uno de esos periodos de aceleración de la historia. Colombia está en el torbellino, desorientada. La posmodernidad habrá que enfrentarla con instrumentos y opciones políticas distintas a las que están sobre la mesa. Como para nuestros próceres, Francia podría servir de brújula. La alternativa es dejar que los Petros prosperen.
Antídoto para el torbellino
La posmodernidad habrá que enfrentarla con instrumentos y opciones políticas distintas a las que están sobre la mesa.
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