¿Quién las entiende? En la mesa de diálogo, las Farc son ‘Pibes’ consumados, “todo bien, todo bien”, mientras en la manigua son terrorismo y secuestros. Lo inexplicable se aclara al considerar que los cabecillas en el exilio no controlan disonancias en el terreno. No todos los frentes aplauden las conversaciones en La Habana. Las Farc también tienen sus ‘Uribes’.
Con gestos anárquicos, autorizados o no, para evidenciar capacidad de destruir y amedrentar, hasta ahora las Farc han atendido a la campanilla cuando los del Gobierno han llamado al orden. Conminadas a que digan si están o no en el proceso de paz, sus negociadores se han reintegrado mansamente a la mesa. Parecería que los del secretariado, felices en aire climatizado y lejos de la jungla, no desean correr la suerte del ‘Mono Jojoy’ y ‘Alfonso Cano’. El cuarto de hora para tomarse el poder por las armas quedó atrás.
La guerrilla y su íncubo, el terrorismo, no prosperaron en Colombia. El paisito de instituciones frágiles, martirizado además por el narcotráfico, halló es su médula la savia para resistir cuando las Farc consolidaban regimientos, listas, como enseñaba Mao, a embarcarse en la guerra de movimientos, preámbulo de la insurrección general.
Mientras la guerrilla rodeaba a Bogotá, la Fuerza Aérea –casi que el último reducto– les desbandó regimientos. Luego, un ejército remodelado y con la misión no sólo de destruir al enemigo, sino de despejar territorios y ocuparlos para ganarse la confianza de la población, las replegó al monte agreste. A sangre y fuego no hay futuro, concluyen ahora los jefes de las Farc, máxime cuando escasean las solidaridades externas para un proyecto guerrerista.
Las Farc han perdido también la batalla por la opinión, aunque no la paciencia. Ya casi nadie avala el cuento del revolucionario justiciero y altruista. El pez se asfixia en el agua. Calculan, sin embargo, que podrían reencaucharse en las urnas. Al dejar los fusiles, recuperarían credibilidad como puros, en contraste con el desprestigio de un establecimiento político carcomido por el comején de la corrupción. De ese aserrín, barrido por los que nada tienen y abrigan poca esperanza de tener, surgiría la victoria electoral de la Marcha Patriótica.
Para preparar el terreno, las Farc tendrán que hacerse perdonar el asesinato de tantos colombianos y el empobrecimiento de los demás. En la Habana, intentan borrar los garabatos de la plana negociando cualquier plan de ruta agrario que justifique el ideario de tempranas luchas, anteriores a abrazar el comunismo. Aspiran también que la justicia archive sus tenebrosos prontuarios.
El modelo está probado. Minar la legitimidad del poder lleva a él. La dirigencia ya muy urbana de las Farc le apuesta a que, peleándose entre ellos, sus contrincantes por el control de Colombia allanen el camino. Se miran en el espejo de Chávez y de Ortega y no en el de la camorrista izquierda democrática. Saben que desde dentro, las instituciones son fáciles de cooptar. Acto seguido se secuestra la democracia (y la legitimidad), por siempre jamás.
Don Sancho Jimeno tercia para recordar que mientras en abril de 1697 él se batía con denuedo por impedir desde el fuerte de San Luis el ingreso de los franceses y su armada pirática a la bahía de Cartagena, en el palacio de gobierno se urdía una entrega de la plaza que culminó en su saqueo hasta el último clavo. Cuando el asalto es bien coordinado, hay regímenes que se desboronan internamente. Una lección para no olvidar.