La elección popular de alcaldes ha sido un ingrato capítulo en la historia de Cartagena de Indias. Varios no han terminado sus mandatos, destituidos por irregularidades.
Y al lado de contados aciertos, como la infraestructura escolar, asoman, entre otros, un puente que colapsó apenas construido, emisarios submarinos a la deriva en los mares y el viacrucis del interminable Transcaribe.
Mientras más se hunde la credibilidad de la administración pública, más escéptico se vuelve el elector y más se inclina a canjear dineros turbios por su voto.
Poco ha importado, empero. Cartagena es como el pichón en el nido que abre el pico y le nutren. Su bahía y su glorioso pasado hacen la tarea. En su incomparable rada operan 54 puertos privados y en una nueva refinería toma cuerpo la más grande inversión industrial de la historia de Colombia.
Y el Corralito de Piedra se ha ido mágicamente convirtiendo en referente mundial gracias al capital privado, con muy escasa inversión pública local reciente.
Ese vivir del oxígeno externo, más que de iniciativas que nazcan de su seno, propició la muy reciente elección de un buen hombre, a quien, con nociones mínimas de administración pública, le esperaban problemas represados.
Partió desorientado y sin un proyecto de ciudad, e incapaz de conformar un equipo estable por las interferencias de una gavilla cercana.
Gavilla de antecedentes non santos, que destapó su cariz desfalcando, al parecer, la tesorería de la propia campaña electoral.
El arranque se redujo a gestos inanes, mientras asuntos angustiosos y de gran envergadura, como el futuro suministro de agua potable, recibían insustancial atención.
Y qué podía esperarse, cuando en la elección de Campo Elías Terán fueron a incrustarse eximios exponentes de la corrupción lugareña, cuya prioridad no era propiamente el turismo, la construcción, el puerto o la industria, pilares de la economía cartagenera. Como si fuera poco, el Alcalde enfermó gravemente.
La gavilla se empeña impúdicamente en ocultar la extensión de un mal que no es un asunto privado, sino una desgracia de la más alta trascendencia pública.
El objetivo de la gazapina es prolongar al máximo la interinidad municipal. Algunos, hábiles y solapados como siempre, se han ido despachado en cuestionables contrataciones y están cómodos con la pausa, mientras se recomponen.
A otros, en cambio, la inestabilidad les ha impedido acomodarse para cortar su rebanada y desesperan porque acosan financistas de sicario al cinto, que ven esfumarse su inversión en la campaña. Peligroso brete.
Las vueltas y revueltas de la gavilla son lúgubres y repugnantes, un esfuerzo soez por exprimir la sombra de un hombre bueno, que se debate entre la vida y la muerte, y por despellejar una ciudad postrada. Presidente Santos: intervenga para convocar elecciones de inmediato e impedir que truhanes sin hígados tengan oportunidad de feriársela en el interregno.
A don Sancho Jimeno, defensor de Cartagena en 1697, le viene a la mente la imagen de una tarjeta postal de la Reconquista y de su héroe antonomástico.
En el 1102, doña Jimena, la esposa del Cid Campeador, batallaba contra los almorávides que asediaban Valencia, el feudo conquistado por su difunto marido, quien les había tantas veces derrotado.
La mejor arma de la noble señora era Rodrigo Díaz de Vivar, embalsamado y en su armadura, que jinete sobre su caballo Babieca sembraba el terror entre los moros con su sola enhiesta presencia. Pero esa era una noble causa.
Rodolfo Segovia
Exministro – Historiador
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