MARTES, 16 DE ABRIL DE 2024

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Rodolfo Segovia S.

Desigualdad, equidad

Rodolfo Segovia S.
POR:
Rodolfo Segovia S.

En vísperas de elecciones, desigualdad y equidad son las palabras más sonoras del lingo de la plaza pública. Se apoya en la premisa de que la posesión por algunos de más riquezas que otros es moralmente reprensible. Obama dijo, recientemente, que “la desigualdad en los ingresos es el gran reto de nuestros tiempos”. El Papa asiente con vehemencia. Piketty sostiene que en las últimas décadas la brecha se ha abierto.

Muchos creen que la igualdad en si misma posee valor moral, y que, por lo tanto, la igualdad económica es un imperativo ético. Es el sustento de todas las utopías que en el mundo han sido. Utopías, que sin caer aquí en el darwinismo social, se estrellan contra el afán, inherente en el ADN desde hace millones de años, de asegurar la supervivencia individual de sus genes.

A lo que la gente responde no es al ideal moral de la igualdad, sino al solidario sentir de que los que tienen poco carecen de lo necesario. Ese imperativo de solidaridad viene también impreso en el ADN como instrumento para la continuidad de la especie. Pero ni el individualismo es maldad, ni el ser egoísta un yerro. Hacen parte del territorio humano. La discrepancia en ingresos es un concepto relativo, mientras que la carencia es una deficiencia cuantitativa. Es curioso que a nadie le choque la discrepancia entre los súper ricos y los razonablemente acomodados, a menos que se trate de la esa sí moralmente execrable envida.

El que los del ápice tengan mucho no es ni preocupante, ni es inquietante, cuando la base de la pirámide posee en abundancia. Es más, la ciencia económica aplaude la desigualdad porque estimula el emprendimiento. Y los filósofos encuentran un peligroso conflicto entre el igualitarismo y la libertad. Desde el axioma de que en cualquier grupo humano, la tendencia natural, sin gabelas, es a que se presenten desigualdades, se infiere que estas no son posibles, sino vía la represión de las libertades, como, por ejemplo, en Cuba.

La pretensión de igualdad, aparte de la conquista occidental de la igualdad ante la ley y las oportunidades, desorienta moralmente en lo económico. Colombia ha sufrido a las Farc, campeones de la igualdad a sangre y fuego, que han contribuido a acentuar la desigualdad, al empobrecer a millones de colombianos y destruir la posibilidad de acrecer los bienes públicos.

Desde el punto de vista ético, no es importante que todo el mundo tenga lo mismo, lo fundamental es que todos tengan lo suficiente. No significa que los de menores ingresos estén satisfechos (nunca se está, afortunadamente), sino que no padezcan de angustias vitales, que más dinero puede aliviar. Es la exclusión la que duele, no la desigualdad. Y en Colombia, se acentúa con la disgregación, al escindirse en sectores modernos y en sectores tradicionales, como los afrocolombianos del Pacífico. Al extirpar la exclusión se obtiene el ser iguales en la diferencia y hacer parte de un mismo universo, donde los unos son solidarios y dependientes de los otros.

En la plaza pública prima el populismo divisorio, aquello de que los pobres son pobres por la evolución de la economía de mercado. Torpe discurso, que no se le hubiese ocurrido a don Sancho Jimeno, el héroe de Cartagena en 1697, cuando la ubicación en la pirámide era cuestión de sangre heredada. No es asunto de utopía, sino de políticas e instituciones públicas eficaces –ha pocas que andan por ahí–, que no le pongan tinte moral a la desigualdad y más bien se concentren en coadyuvar al pobre a dejar de serlo. Esa es la equidad.

Rodolfo Segovia

Exministro - Historiador

rsegovia@axesat.com

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