Don Sancho Jimeno atisbaba el horizonte. Se paseaba por el ángulo capital de su baluarte favorito, el que se adentraba en el mar, y recorría con la vista el Caribe vacío. Ese abril de 1697 aún soplaban los alisios y las olas se manchaban de parches blancos como pieles de carnero. El castellano del San Luis de Bocachica fruncía el ceño apoyado en la aspillera de la garita. Nada.
Hacía poco había llegado de Petit Guave en Haití el bergantín espía.
Su capitán aseguraba que en cualquier momento aparecería frente a Cartagena la escuadra francesa, reforzada por dos mil bucaneros de la isla. Don Sancho se preparaba para lo peor. Con el conocimiento instantáneo de la progresiva contracción de la economía universal se impone en Colombia una estrategia contracíclica para paliar el contagio. Con lo que se tenga a la mano hay que tratar de ponerse en guardia.
Las pirámides truncas son una distracción dolorosa pero segundaria. Por cuenta de echarle la culpa al gobierno de lo que no es responsable y de que éste enfile cañones Berta contra objetivos menores se pierde foco. Mientras tanto avanza un peligro más insidioso y que podría quizá combatirse con los instrumentos de emergencia económica de que ahora se dispone (con la venia de la honorable Corte).
La cándida ingenuidad de codiciosos ahorradores, desplumados por unos pillos, ha sido magnificada fuera de toda proporción por medios de comunicación desbordados. Hasta la recesión se le va a achacar al esquilme de incautos como si se tratase de una verdadera crisis del sector financiero. La banca no está para fiestas, pero sindéresis, por favor. Mucho más daño le va a hacer a los colombianos el errado diagnostico sobre amenazas inflacionarias, cuando de lo que se trata, al revés, es de bajar intereses y estimular la economía con mucha liquidez.
La recesión es importada, es cierto, pero llega tan inevitablemente como las velas piratas que temía don Sancho. Es más, ya está aquí. Basta mirar la contracción de la demanda de energía eléctrica o el descenso en los metros cuadrados de licencias de construcción para constatarlo. Y las siempre retrasadas cifras del comercio exterior mostrarán pronto un desolador desplome del intercambio en volumen y precios, sin discriminar entre los tipos de exportaciones.
En América Latina, desde hace más de un siglo contracciones en los flujos de capital externo han significado crisis más o menos severas, que cada país ha mal que bien enfrentado con los instrumentos de su seriedad macroeconómica. Para algunos las consecuencias han sido catastróficas, con intenso desempleo y penuria. Esta vez no será diferente. Es exceso de confianza creerse bien preparado. El tornado que se ha desatado en el mundo no deja ni los cimientos.
Colombia, gracias a la pacificación, y a la confianza que atrae al inversionista, ha gozado en los últimos años de transferencias de capital extranjero nunca antes experimentadas. Directa e indirectamente por ejemplo, el carbón, el petróleo y la minería del oro han sido pilares fundamentales de la expansión productiva y de la caída del desempleo. Esas fuentes no se van a secar de un día para otro, pero sí a disminuir. En otras áreas de la actividad económica la inversión externa se ha esfumado. Se está sintiendo.
Si hubiese con quien, parte del impulso perdido podría retomarse con incentivos a la demanda agregada. Las recetas son conocidas. Algo de urgencia y una necesaria dosis de capacidad de acción para hundir el acelerador en obras públicas, vivienda de interés social y salud podrían irrigar muy rápido recursos. Sería óptimo seguir el ejemplo de Obama que se está rodeando muy bien.
rsegovia@axesat.com
Recesión y pirámides
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