Si el precio del petróleo se acerca a 60 dólares el barril y permanece en ese nivel bajo durante varios años, Colombia sufriría una recesión parecida a la del final de la década pasada, los ingresos del Gobierno caerían en el equivalente a un punto porcentual del PIB por año, y se perdería casi la mitad de lo que se ha ganado en reducción de la pobreza, dice Hernando José Gómez en un artículo en Portafolio del jueves pasado.
El final de la época de precios altos del petróleo va a traer consigo consecuencias muy indeseables para la economía. Pero mientras duró la bonanza fue tachada de ser una verdadera maldición por varios distinguidos economistas, entre ellos, por lo menos tres exministros de Hacienda. Para el Gobierno es una pérdida muy inoportuna de recursos en un momento en el que se ha hecho evidente que la anterior reforma tributaria estaba lejos de ser tan buena como proclaman algunos funcionarios, cuando estamos ad portas de un obligatorio incremento significativo del gasto público social y en pleno auge de un incontrolado populismo oficial.
La caída de los precios del petróleo y las consecuencias que se están previendo deben servirles de lección a quienes sostenían que la bonanza era perjudicial. Un país pobre no puede darse el lujo de despreciar aumentos súbitos de su ingreso, sino debe aprovecharlos. Pero no se ahorró para la época de ‘vacas flacas’ y no se trató de contener el efecto nocivo de la bonanza sobre la tasa de cambio. Ahora se van a pagar las consecuencias de esa imprevisión que tiene serios efectos fiscales negativos.
Fuera de ellos y de los macroeconómicos ya discutidos, hay otras consecuencias preocupantes de una caída sostenida de los precios del petróleo: se va a desestimular la inversión en fuentes alternativas de energía e intensificar el uso de combustibles de origen fósil más baratos, pero perjudiciales para el medioambiente como el gas esquisto y el carbón (para Colombia esto último es positivo). Se van a posponer los programas de ahorro de energía y la transformación que estaba en marcha de sustituir la generación de energía eléctrica con diésel o gas por fuentes alternativas más sostenibles como la energía eólica o la solar.
Los efectos geopolíticos de lo que ha sucedido con el petróleo es que el balance de poder se ha inclinado a favor de Estados Unidos y de sus aliados, incluyendo Europa Occidental, Japón e Israel, y ha disminuido el de Rusia, Irán y los países árabes. En América Latina se benefician Chile y los países de Centro América y el Caribe. Venezuela seguramente va a ser el más perjudicado.
No todo es negativo. El peso va a perder valor, con lo que se encarecen las importaciones y la deuda externa. Será una oportunidad para verificar si ese solo cambio va a fomentar el crecimiento de la industria manufacturera, como se ha argumentado. La caída de los precios de energía y transporte favorece a los consumidores que liberan recursos que pueden ahorrar, pero que probablemente induzcan una mayor demanda de otros bienes de consumo. Las industrias consumidoras de energía también sentirán un alivio. Estos efectos pueden contrarrestar y absorber, en parte, el efecto recesivo de la caída de los precios de los combustibles.
Rudolf Hommes R.
Exministro de Hacienda
rhommesr@hotmail.com