Con la celebración del primer aniversario de #MeToo, se vislumbra el avance que ha podido efectuar este movimiento, y surge algún optimismo de que si llegara a continuar con esa fuerza logre visibilizar un fenómeno mundial de acoso laboral y abuso sexual, y empoderar a las mujeres para denunciarlo. Han logrado que las denuncias de abuso sexual susciten despidos de personajes relevantes del mundo del entretenimiento, los medios y el alto Gobierno norteamericano como Hervey Weinstein, Charlie Rose y el senador Al Franken, entre muchos otros.
Sin embargo, este empoderamiento de la mujer no ha sido unánimemente aplaudido, ni apoyado. Un ejemplo de esto es la confirmación que hizo el Congreso de Estados Unidos para que Brett Kavanaugh se posesione como juez de la Corte Suprema de Justicia a pesar de las denuncias por acoso sexual de las que ha sido objeto. Pareciera que hay algunos hombres que perciben los logros obtenidos por las mujeres como una amenaza a su estatus social y al poder que han detentado desde siempre.
Impresiona cómo la sociedad Occidental ve la paja en el ojo ajeno y no en el propio. Critica implacablemente el maltrato del que es víctima la mujer en el mundo islámico, mientras permite que personajes como Bolsonaro, en Brasil; Salvini, en Italia, Duterte, en Filipinas y Potus (acrónimo de President of the United States) de Estados Unidos surjan, a pesar de (o peor, en casos como consecuencia de) demostrar desprecio por el género femenino, y que en algunas ocasiones, incluso, llegan a justificar la violencia contra el mismo.
La mujer está volviéndose más activa y de forma disciplinada en el campo de la política. Tanto en el número de mujeres que se postulan para cargos públicos como en la movilización del voto femenino, ven un camino para tratar de cambiar el status quo desde adentro, utilizando el poder que pueden aspirar a conseguir en los países democráticos. De no haber sido por el complejo sistema electoral de representantes, en el cual sí obtuvo mayoría el voto masculino (53 por ciento) y el de hombres blancos (62 por ciento), ahora Estados Unidos a una mujer como su primera presidenta.
El activismo que han podido movilizar permite pensar que el voto femenino sea determinante para cambiar la composición partidaria de la Cámara (y posiblemente la del Senado) y lograr evitar la reelección de Trump en el 2020. El hecho que el Premio Nobel de Paz lo hayan otorgado a un hombre y a una mujer por su lucha contra la violencia femenina, es estimulante y muestra que ha aumentado la conciencia de que el problema hay que confrontarlo decididamente.
Para lograr que el momentum perdure es imperativo que el movimiento, a nivel mundial, integre a sus filas hombres que compartan sus valores y dinamicen la propagación de su mensaje. En Colombia nuestra meta debe ser eliminar la totalidad de las desigualdades por razones de género. Debemos movilizarnos para lograr una posición más proactiva, que logre un cambio material en la tolerancia a la violencia contra las mujeres y al acoso o abuso sexual.
Salomon Kassin T.
Banquero de inversión
skassint@gmail.com