Conozco pocos cristianos estudiantes de los Evangelios que saben cuál es el origen de la expresión ‘aquel que esté libre de pecado, que tire la primera piedra’. Viene de un dictamen jurídico judío y se refiere a que en caso de encontrarse que dos testigos, por maldad, rindieran falso testimonio en un juicio que tuviera como castigo el lapidamiento del acusado, estos serían lapidados como pena por su falta, y el responsable en tirar la primera piedra sería el ‘acusado inocente’.
Me viene esa reflexión por dos razones que, a pesar de ser casos diferentes, ocurren en simultáneo y cada una me afecta personalmente. Una, lo que oigo en las conversaciones cada vez más ásperas sobre cómo se va o no a destruir el proceso de paz en Colombia, y otra ante los juicios emitidos por tantas entidades y personas sobre la reacción del ejército israelí a los enfrentamientos en Gaza.
Quién está, me pregunto, capacitado para sentirse juez con conocimiento suficiente para denigrar o acusar de traidores a la patria a quienes negociaron de buena fe un Acuerdo en Colombia. Asimismo, quién lo está para juzgar cuál es el nivel de defensa considerado “aceptable” ante una agresión como la que sufrió en días pasados Israel, en la frontera con Gaza.
Se olvidan los que juzgan del nivel de amenazas que se recibe Israel, tanto de Irán como de terroristas musulmanes que, implacables, anuncian que no descansarán hasta hacer desaparecer su Estado, o de otros que pretenden tirar toda la población israelí al Mediterráneo. Por improbables que nos parezcan esas intimidaciones, no dejan de afectar el comportamiento de quienes tienen que escucharlas a diario.
Varias veces he oído que los judíos somos paranoicos. Puede ser verdad, pero eso no descarta que seamos perseguidos. Todos deberíamos sentir un dolor tremendo por aquellos niños, mujeres y hombres inocentes que mueren en el campo de batalla, y por los muchos malheridos, víctimas de conflictos.
En el caso árabe, son manipulados y amenazados por sus líderes, que terminan convirtiéndolos en un “escudo humano” que protege terroristas. La intención es crear precisamente lo que han logrado: que el mundo juzgue al ejército israelí por reaccionar con fuerza “desproporcionda”. La vulnerabilidad del que se siente afectado con la amenaza de hacerlo desaparecer no la conoce sino el que la sufre.
Siento también un profundo dolor por los jóvenes soldados que, al tener que defenderse, también son víctimas. Tener que vivir toda su vida con el horror que debe causar ser parte de las tragedias no es algo deseable para nadie.
Los hechos recientes en Siria, donde no se puede culpar a los israelíes de ninguna participación (por acción o por omisión), de la barbarie que ha tenido como resultado, no decenas, sino millares de muertos y heridos, además de varios millones de desplazados, son prueba de que el subyacente de la violencia no tiene en el Medio Oriente componente israelí.
La verdad es que bajo cualquier índice de calidad de vida que se quiera utilizar, el país donde –de lejos– viven mejor los árabes musulmanes en el Medio Oriente, es Israel. Allí gozan de garantías y beneficios que no tienen en ningún otro país.
Lo anterior me hace concluir que el día que el mundo árabe entienda que Israel es parte potencial de la solución en lugar de ser parte del problema, podrán convivir y beneficiarse del sinnúmero de logros tecnológicos en el campo educativo, médico, de seguridad social y de protección al medioambiente que está continuamente creando el emprendimiento israelí, no solo para sí mismo sino para beneficio del mundo.
La corrupción es un flagelo universal. En el caso colombiano, sin ella la discusión se llevaría a cabo en otro plano, y el país gozaría de mejores condiciones de vida, lo que aminoraría el conflicto. En el caso del liderazgo árabe, es la causa del atraso y de la tragedia humana que vive el pueblo palestino.
Son ellos los victimarios de su propia gente. Tienen antecedentes sobradamente conocidos y a pesar de esto subsiste la obsesión de culpar a judíos y a israelíes de la tragedia que diariamente vive una población inocente. Ya en otras latitudes han probado inmigrantes de ese origen su sobrada capacidad de crear riqueza y bienestar. Es en la diáspora palestina donde se constata lo que podrían lograr en condiciones distintas a su propio territorio.
Es por eso que insisto, tanto aquí como allá, en que se pruebe la culpa del acusado, antes de atreverse el “inocente libre de pecado” a tirar la primera piedra.