A medida en que se acercan las elecciones, cada vez más escuchamos de personas cercanas que sostienen que en sus casas aumenta la idea de que hablar de política o religión en la mesa no está permitido.
No alcanzo a vislumbrar el efecto que tendría que, en estos hogares, alguien –como por arte de magia– consiguiera liderar un intercambio de ideas entre personas que tienen diferente aproximación de lo que requiere iniciar cada uno nosotros para, de una vez por todas, lograr retornar a una sociedad más solidaria y sobre todo más comprometida con el bienestar común.
Ese ‘líder de mesa’ fomentaría, en mi visión, un intercambio, en el cual la pasión y, por qué no, el antagonismo, se utilizarán como herramientas para contrastar conciliar y encontrar una forma de diferenciar aquellos valores que invariablemente se comparten, así como aquellos en los que no se coincide. De esta manera, se podría lograr que haya un proceso de educación sobre las diferentes formas con las que los seres pensantes pueden aproximarse al análisis de una problemática y a la búsqueda de soluciones reales, no cosméticas.
Reprimir el diálogo contestatario no es la solución. Y obligar a una moderación impuesta, lo que logra es la indiferencia al pensamiento ajeno y que, a causa de solo dialogar con quienes están de acuerdo con nuestro parecer, nos lleve, cada vez más, a perder la capacidad de distinguir tonalidades y sutilezas en el pensamiento e incluso en el tono del discurso colectivo.
El manejo de las formas no puede convertirse en un ejercicio que fomente la hipocresía y la malentendida ‘buena educación’, que terminará afianzando esa pésima costumbre de algunos de pensar que decir ‘no’ o controvertir, es mala educación. Lo que se logra con esto es crear total desconfianza y que el mensaje que se recibe sea la real expresión del pensamiento de quien lo dice. Esto descalifica toda opinión que se escuche y logra aislar del intercambio de ideas a toda una sociedad. Tenemos que dejar de pensar que disentir es sinónimo de descalificar o agredir.
Debatir es sano, y es un ejercicio que entre más se ensaya más logra que nuestra mente acepte cuestionar lo que da por hecho y, por ende, enriquece, tanto el pensamiento como la capacidad de respetar al contertulio, con todo lo que esto significa.
Hablar de frente, y por qué no decirlo, fuerte, no puede ser considerado síntoma de discordia. Dejar fluir las pasiones por lo que soñamos, lo que esperamos del prójimo, es característico de sociedades que ponen a prueba sus zonas de confort.
Menciono esto, pues leyendo a Malcolm Deas, coincido en su apreciación de que la violencia es una característica que marca nuestra sociedad. Pienso que, posiblemente, si dejáramos de reprimir el discurso contestatario y nos permitiéramos, en discusión más abierta y constructiva, contribuir a que fluya un viento de concordia, aun cuando el volumen de los argumentos nos ensordeciera, sentiríamos un alivio.
Mejor esto a que nos ensordezca el sonido de las balas, de las bombas y de los gritos de gente inocente.