El repunte de los precios del petróleo ha resucitado viejos temores, pero también a viejos fantasmas, como a los economistas que piden montar barreras contra la ola revaluacionista que acompaña a la mejora de los precios de las materias primas. Alegan que la apreciación de la moneda colombiana lleva a la industria nacional a la ruina y evita que crezcan las exportaciones. Como si la competitividad tuviera que ver únicamente con el tipo de cambio, como si la única moneda para valorar las exportaciones fuera el dólar, como si el único mercado fuera Estados Unidos, estos economistas piden la pronta intervención del Emisor para que fomente la depreciación del peso.
En el 2005, el profesor Roberto Frenkel paseaba por todo el continente evangelizando su tesis de que la revaluación fomentaba la pérdida de empleo porque quitaba competitividad a la producción local y producía un disparo en la desocupación. A pesar de la supuesta correlación de estas variables, el caso colombiano no fue afectado por mayor desempleo ni por el freno de la economía, cuando el país vivió el proceso de revaluación entre el 2003 y el 2013.
En este periodo, el tipo de cambio pasó de 2.967 a 1.776, es decir, un fortalecimiento de 67 por ciento, mientras que el desempleo pasó de 16 a 8,6 por ciento y el PIB creció a un ritmo promedio de 4,8 por ciento anual. Pocas veces en la historia del país se había logrado un desempeño tan bueno de todos los indicadores macroeconómicos. Entre tanto, las exportaciones no tradicionales pasaron de 7,1 millardos de dólares a 17,1 millardos de dólares, un apabullante crecimiento de 141 por ciento. Para desencanto del profesor Frenkel y de nuestros añejos cepalinos, Colombia tuvo su mejor repunte en una época de revaluación rampante.
Pero esto no solo sucedió en Colombia. También en Corea. Mientras que el won pasó de 1.545 por dólar en el 2009 a 1.009 en el 2014, una apreciación de 53 por ciento, las exportaciones de ese país pasaron de 363 millardos de won a 573 millardos, un crecimiento de 57 por ciento en apenas un quinquenio. Y no fue por el petróleo, ni por café, ni por carbón, ni por chucherías de bajo valor agregado. Lo mismo pasó en Alemania, campeón mundial de las exportaciones: pasaron de 984 millardos de euros en el 2008 a 1,2 billones de euros en el 2016, mientras que el euro pasó de 1,60 a 1,04, también una revaluación de 53 por ciento.
Lo que olvidan los defensores de la devaluación, que únicamente enriquece a terratenientes y mineros, es que nuestras industrias transformadoras, como las de todo el mundo, dependen de las importaciones, tanto de materias primas como de bienes de capital. Olvidan que los principales insumos de la industria no son producidos localmente. Y la revaluación es la que ayuda precisamente a disminuir los costos, pues lo que se importa no es la mano de obra, sino el mayor componente de los bienes.
Bien haría el Banco de la República en evitar la tentación de estimular la devaluación. Un prudente manejo del tipo de cambio es más efectivo que desesperadas manipulaciones de las tasas de interés, que en el resto del mundo están subiendo. La inflación no está bajo control, y seguir bajando la tasa de interés puede provocar un incendio.