Las reuniones de la junta directiva del Banco de la República se han tornado un tanto aburridas. Parece que el tema principal no es si reducir las tasas de intervención en el mercado monetario, sino cuál será la magnitud de dicha reducción. Aunque deben contar con informes técnicos de excelente calidad, también cuentan los codirectores con la premura de un presidente de junta y un presidente de la República, que no se conforman con cada reducción, sino que cada vez quieren más.
A este son, la famosa tasa ha sido reducida desde su máximo reciente de 7,75 por ciento en agosto del 2016, a la actual de 5,5 por ciento. A ello han contribuido la supuesta caída de la inflación y la demostrada recesión de la economía en el último año. Lo único que no cuadra en esta extraña ecuación es la aparente estabilidad en las cifras de empleo. La única explicación racional para que la actividad económica esté frenada, mientras la inflación cae y el empleo aumenta, es que en el último año haya caído drásticamente la productividad, es decir, ahora se necesita más mano de obra para producir lo mismo. Y esa no se la cree ni el mismo gobernante.
Regresando al tema: aunque la literatura dice que la reducción de las tasas de intervención debería contribuir a reanimar la economía, hoy anémica y famélica, lo cierto es que ello no se va a lograr porque hay hechos del entorno internacional que lo impedirán (como el incremento de las mismas tasas en Estados Unidos, y pronto en la zona euro), y porque hay ciertos rasgos congénitos de la estructura económica colombiana que indican que este remedio no es el adecuado.
La disminución de las tasas de interés en Colombia y el aumento de las de afuera, incrementa la brecha entre ambas y produce, como consecuencia, mayor devaluación esperada, pues los capitales especulativos buscarán mayores rendimientos donde aumentan las tasas de interés y se irán de allí donde bajan. Así las cosas, habrá cada vez menos dólares y más pesos, impactando nuestra moneda, por su menor valor relativo. Y eso es precisamente lo que ha sucedido. ¡Fabuloso!, dirán los exportadores, porque recibirán más pesos por sus dólares, y el Ministro de Hacienda porque su renta petrolera aumentará y le evitará el esfuerzo de ingeniar otro esquema para financiar el desbordado gasto público, antes de abandonar el barco.
Pero la economía, en su conjunto, habrá sufrido. Pensar que el tipo de cambio incrementa las exportaciones, funciona en Alemania y Corea, exportadores de bienes con alto valor agregado. Pero no en Colombia, que solo exporta materias primas y unas flores a las islas Seychelles. La devaluación produce recesión, porque se encarecen las importaciones de insumos y maquinaria. Porque se incrementa el valor en pesos de la deuda externa y de su servicio. Porque la contabilización de las reservas internacionales en pesos obliga a la monetización, que es inflacionaria. Porque suben los costos de producción y cae nuestra competitividad. Por muchos factores que aconsejan más bien buscar la revaluación.
Decía Roberto Frenkel hace una década, que la revaluación produce recesión y desempleo. Pero el caso colombiano lo niega. Las mayores tasas de crecimiento de nuestra economía se produjeron entre el 2002 y el 2012, que fue el periodo de mayor revaluación de nuestra historia. La devaluación de los últimos tres años, en cambio, nos ha traído recesión y estancamiento. ¿Más pruebas? ¡A subir las tasas, señores codirectores!
Devaluación y recesión
Las mayores tasas de crecimiento de nuestra economía se produjeron entre el 2002 y el 2012, que fue el periodo de más revaluación de nuestra historia.
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