La semana pasada fue anunciada la asignación de recursos de la Nación para adelantar algunos proyectos de infraestructura necesarios para impedir la inmovilidad de Bogotá. La capital tendrá el metro que sí será hecho, y no el que todos los alcaldes anteriores no quisieron construir por falta de coraje y voluntad.
Enrique Peñalosa dejará, nuevamente, una huella imborrable en la fisonomía de la capital, como lo hizo cuando se atrevió a construir el primer Transmilenio, en contra de los monopolistas que mantenían a la ciudad rehén de sus caprichos, y sin los malhechores que pretendieron ampliar la red años después.
El metro aéreo evitará una costosísima y sucia excavación y permitirá tener la obra completa en una fracción del tiempo y del costo que demora y absorbe el oscuro túnel.
Será hecho a la vista de todos, con exposición plena de su desarrollo y avance, evitando al mismo tiempo los robos y sobrecostos, que fueron característicos de las administraciones anteriores. El mismo Presidente de la República ha anunciado que la obra deberá estar completada a más tardar en el 2022.
También es destacable que la administración distrital ha visto en el nuevo metro un modelo de negocio en el cual puede explotar la plusvalía de la infraestructura de las estaciones para generar ingresos adicionales. Y otra cosa importante: construirlo a varios metros sobre el suelo evitará el constante vandalismo y bloqueo, que en muchas ocasiones han sido incitados por el antecesor del actual alcalde.
El otro elemento positivo de la alianza entre el Gobierno nacional y el distrital es el acuerdo de ampliar los accesos del norte, tanto en la Autopista Norte como en la carrera séptima. Se pretende nada menos que añadir dos carriles a cada calzada de la primera, y la construcción de la segunda calzada de la ‘calle real’. No obstante, el faltante más notorio es no haber incluido el destaponamiento de la séptima en el sector del Codito, ni la prolongación de la carrera novena desde la calle 170, en el mismo sector. No es tarde para hacerlo, y el costo de estas dos obras es apenas marginal dentro de las grandes magnitudes de las otras.
La prolongación del Transmilenio hasta Soacha y la implementación del tren de cercanías permitirán elevar la competitividad y la calidad de vida del costado sur de la ciudad. No tiene sentido que los habitantes de Soacha y alrededores deban gastar una elevada porción de sus ingresos y del escaso tiempo para compartir con la familia en estar metidos en vetustos y contaminantes buses. Ellos están llegando a extremos, como los de Ciudad de México, donde, según un reciente informe del diario español El País, los trabajadores de zonas marginales gastan al año, en promedio, 34 días, y sus noches, y 40% de sus ingresos, entre el tráfico, para llegar a sus trabajos.
Pronto entrará también en servicio el ‘transmicable’ en Ciudad Bolívar, otra zona que requiere una solución radical de transporte, como las implementadas primero en Manizales y más recientemente en Medellín.
Todas estas obras elevarán la competitividad de Bogotá, mejorarán la ya intolerable situación del tránsito, darán más alternativas de transporte a los bogotanos y, por sobre todo, quitarán a los promotores de la revocatoria del alcalde Peñalosa sus argumentos, cualesquiera que ellos sean, porque hasta ahora solo han demostrado su irracionalidad.
Sergio Calderón Acevedo
Economista
El futuro de Bogotá, en construcción
Todas las obras elevarán la competitividad de la ciudad, mejorarán la ya intolerable situación del tránsito y darán más alternativas de transporte.
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