Llover sobre mojado sería dedicar una columna a hablar acerca de la ‘guerra’ que perdió el Estado colombiano contra la guerrilla, que hoy se prepara para tomar el poder sin las armas. La gran incógnita no es el cómo, sino el cuándo. Luego de la capitulación, según la cual deberemos además compensar al ganador, como otro episodio del humillante Tratado de Versalles, hay otras guerras que también están siendo perdidas, porque nuestras tropas han sido enclaustradas y obligadas a guardar silencio.
La primera es la del narcotráfico. Con los acuerdos de paz, ha quedado vedado a nuestros héroes destruir los cultivos ilícitos. Seguirán creciendo, como lo han venido haciendo en los últimos años, produciendo la materia prima para que nos perpetuemos como los primeros productores mundiales de droga. No es exactamente lo que necesitábamos para compensar el desplome de los ingresos externos por productos minero-energéticos, pero facilitará el ajuste de las cuentas externas, y aliviará la carga de resultados que se les exige a las autoridades encargadas de generar las divisas que necesita la economía.
Mientras el Ministerio de Salud y otras instancias oficiales cándidamente prohiben la fumigación, por sus demostrados efectos tóxicos, la mafia utiliza los mismos agroquímicos, y otros más letales como el Paraquat, envenenando permanente nuestros suelos y dejando una desoladora huella de deforestación.
La tolerancia con el narcotráfico ya se evidencia con episodios como el del exfutbolista antioqueño, que fue capturado en flagrancia con cocaína en el aeropuerto, y dejado en libertad por uno de los jueces de la República, por “no representar un peligro para la sociedad”. En siete países del mundo hubiera sido condenado a muerte, como otros 2.466 que recibieron esa pena en el 2014, según una crónica de El País de España. En Arabia Saudita se puede recibir la pena capital hasta por fumar marihuana. Si vinieran aquí los jeques, no quedaría viva más de la mitad de la población.
La de la minería ilegal es la otra guerra perdida. Desde hace muchos años se viene denunciando el fenómeno, pero lejos de menguar, crece y florece todos los días. Hasta se ha vuelto moda tener una sección sobre el tema en los noticieros. Se ven enormes dragas, en medio de cráteres y paisajes marcianos. Allí, las mafias de este lucrativo negocio intoxican la tierra, desvían cauces de enormes ríos, deforestan miles de hectáreas y esparcen no solo el letal mercurio, sino que derraman combustible y destruyen la vida de los ríos.
Los efectos económicos de esta guerra no han sido adecuadamente medidos y realmente no existe mucho interés del Gobierno en adueñarse del tema. Las regalías dejadas de pagar, por ejemplo, deberían ser razón suficiente para que en Hacienda se preocupen. O el impacto en la salud pública, para que la cartera encargada lance un grito al cielo. O la destrucción de la biodiversidad y de las aguas motive al Ministro de Medio Ambiente a tomar acción, especialmente porque su departamento es el más afectado.
Pero el que debe liderar la acción es el Ministro de Defensa, pues su cartera es la encargada de ganar las guerras y de proteger no solo nuestras vidas, sino nuestro patrimonio natural. Los soldados deben nuevamente salir de los cuarteles y liberar las batallas, antes de que firmemos acuerdos con los narcotraficantes o con los mineros.
*Economista / sercalder@gmail.com
Las guerras perdidas
La de la minería ilegal es la otra guerra perdida. Desde hace años se viene denunciando, pero lejos de menguar, crece y florece todos los días.
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