Mal contados, hay 20 precandidatos en la palestra, y eso que faltan los acostumbrados anuncios de José Galat y otros espontáneos. Tanta gente detrás de un cargo obliga a reflexionar acerca de lo que le espera al ganador. A la luz de la situación del país, lo que le espera al sucesor del nobel no es tarea menor. La destorcida, y su consecuente corrección, costarán al nuevo presidente mucho de su prestigio y un desgaste físico indescriptible. Además de contar con un muy buen estado de salud, se requerirá una persona con las virtudes cardinales que no ha podido demostrar la actual administración.
La prudencia, la virtud de actuar con buen juicio, cautela y moderación, para poder discernir entre lo bueno y lo malo (como lo define la Real Academia), ha estado ausente del manejo del Estado hace ya mucho tiempo. Me referiré a algunas de las imprudencias económicas y a sus consecuencias. La más visible es el excesivo endeudamiento. Haber triplicado la deuda pública externa ha sido fácil. Lo que tendrá un costo enorme, será poder garantizar la sostenibilidad de las finanzas públicas con un mercado de capitales restringido una vez se imponga la anunciada reducción de la calificación de la deuda soberana por parte de las agencias de riesgo.
La prudencia también ha faltado a la hora de incrementar el gasto más allá de las posibilidades reales del erario, apalancando mucho de ello con nuevos y altos tributos, desconociendo la necesidad de eliminar otros, e inventando unos fiscalistas, como el del carbón y el de las bolsitas, que en realidad no han producido ningún efecto en el medioambiente.
La fortaleza, “que consiste en vencer el temor y huir de la temeridad” (nuevamente la RAE), también ha estado ausente durante estos sucesivos cuatrienios. Por el contrario, ha imperado la temeridad, al pretender vender la idea de que el país resurgió de las cenizas el 7 de agosto del 2010. Los logros y mejoras de años anteriores no existen. Y al afirmar que “todo pasado fue peor”, dejan una economía creciendo (¿?) al 1 por ciento, negando que la inercia heredada era de 7 por ciento, y afirmando que es un gran logro “porque a los demás países de la región les está yendo peor”.
La justicia es tal vez la virtud más muerta en la actualidad. No solo la que es impartida por la rama del poder público, ahora igualmente embadurnada de corrupción. También la que se refleja en el reparto del presupuesto nacional. Por qué seguir incrementando los gastos en Defensa, cuando se supone que la llamada guerra acabó, a costa de recortes en la inversión en productividad y competitividad, es robar oportunidades de mejor educación, más investigación y la generación de empleos de mayor valor agregado. Es quitar a algunos lo que les corresponde y perpetuar la desigualdad, que se ha acentuado en los últimos años.
Finalmente, la templanza, la que modera los apetitos y el uso excesivo de los sentidos. Allí es donde el rescate de virtudes será más exigente. Haber negado el evidente y excesivo deterioro de la economía durante tanto tiempo, ha llevado a vender la falsa imagen de grandes logros.
Como en su momento lo dijo Santiago Montenegro, “La economía es el Titánic que ha estado viendo el iceberg desde hace mucho tiempo. Y seguimos dirigiéndonos hacia el iceberg y hasta ahora nadie ha sido capaz de echarle un timonazo”. Parece que esta vez es en serio.
columnista
Las virtudes perdidas
Haber negado el evidente y excesivo deterioro de la economía durante tanto tiempo, ha llevado a vender
la falsa imagen de grandes logros.
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Sergio Calderón Acevedo
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