El 5 de mayo de 1818, hace exactamente 200 años, en la casa número 664 de la Brückenstrasse, en Trier, Reino de Prusia, nació uno de los grandes filósofos de la historia: Karl Heinrich Marx. Este pensador llegó al mundo a pocas cuadras de la Porta Nigra y de la ciudadela que los romanos habían fundado allí en el siglo II d.C. En esa región del Mossel, conocida por sus viñedos, el padre de Marx había logrado adquirir una acomodada posición económica y social. Por ello, Marx pudo ir a la escuela y a las universidades de Bonn y de Berlín. Aunque su padre quería que fuera abogado, él prefirió la literatura, la filosofía y la historia.
Marx nació en las últimas etapas de la primera Revolución Industrial, la cual había transformado a Europa. Se produjo una rápida urbanización y las relaciones económicas eran ahora entre los proletarios, oferentes de una mano de obra escasamente calificada, y la burguesía, propietaria de los medios de producción. La miseria, el hacinamiento y las pésimas condiciones de salubridad eran la regla en las ciudades. Ello había incubado un movimiento socialista en toda Europa, el cual fue duramente reprimido por las monarquías.
Para entender a Marx, por lo tanto, hay que contextualizarlo. El entorno no podía más que despertar su sensibilidad e impulsar su activismo contra la desigualdad y la opresiva monarquía de los Hohenzollern. En 1832 se habría producido el primer movimiento para establecer la democracia en Prusia, con la Fiesta de Hambach, y en 1848, al igual que en gran parte de Europa, la Revolución de Marzo. Esta última produjo algunos brotes de libertad (la Asamblea Nacional en Frankfurt), pero fue brutalmente reprimida y terminó en el fusilamiento de los líderes socialdemócratas, siendo el principal Robert Blum.
Por su ideología contraria al establecimiento, Marx sufrió varias etapas de exilio. En París, Bruselas y en Londres, donde falleció en la pobreza y muy enfermo, vivió más de la mitad de su vida. Escribió cientos de libros, documentos, discursos. Pasó por varios periódicos: Rheinische Zeitung, de Colonia; Deutsch-französische Jahrbücher y Vorwärts, en París. En 1848, con Federico Engels, publicó el famoso Manifiesto Comunista, considerado la piedra angular de esa corriente política.
Luego de una prolija vida, que no puede ser resumida en una breve columna, en 1883, en la víspera de su muerte, escribió una carta a los comunistas franceses Paul Lafargue y Jules Guesde, y les increpó su radicalismo, añadiendo que “lo cierto es que si ustedes son marxistas, yo no soy marxista”. Esta dura frase, siendo uno de ellos su yerno, significó que él ya no creía que la revolución debía ser violenta, sino reformista. Que esta debía ser encaminada a aliviar la pobreza y a fortalecer los derechos de los trabajadores y del movimiento sindical.
Si Marx hubiera regresado después de su muerte, también habría increpado a los genocidas Lenin, Mao, Stalin, Castro y a los dictadorcitos de Corea del Norte. Y si viniera hoy, les diría a los populistas que su idea de igualdad no significa repartir la miseria y enriquecer a las élites ‘revolucionarias’. Les diría: “si ustedes son marxistas, yo no lo soy”.