Dos procesos licitatorios están entrando en marcha y ambos impactarán a Bogotá en el largo plazo, por lo que cualquier decisión que se tome en cada uno de ellos afectará a generaciones por venir.
El primero es el del metro, que muchos quieren detener porque ven en él una oportunidad pérdida para robar y para generar sobrecostos. La administración Peñalosa no debe dar un solo paso atrás en el empeño de que el metro sea aéreo, de bajo costo y que su construcción sea rápida y a la vista de todos. Nada de profundos túneles, donde el populismo y la corrupción saquen ventaja, y eternicen la terminación, al mejor estilo de los que abrieron el socavón del Transmilenio en la avenida 26 y que tantos traumatismos causó durante muchos años en la ciudad.
Pero hay otro igual de importante y que impactará no solo el sistema de transporte masivo, sino muchas otras variables financieras, sociales, ambientales y de salud. Se trata de la ‘modernización’ de la flota de buses de Transmilenio. Como en otras iniciativas en las cuales el alcalde Peñalosa ha demostrado liderazgo y determinación, en esta debe tener también visión. Los buses que entren a operar al finalizar este proceso, 1.400 según fuentes oficiales, reemplazarán a más de 1.100 vetustos y muy andados vehículos que riegan sus emisiones a lo largo y ancho de las troncales de esta red.
Qué bueno que se ponga al servicio de los bogotanos una moderna y limpia flota que haga más cómodos y agradables los larguísimos desplazamientos. Al fin y al cabo, muchos de ellos rodarán por los próximos 20 años. Preocupa, sin embargo, que se contemple como admisible que los nuevos buses tengan motores diésel, el mortal combustible que está siendo prohibido en varios países, especialmente en Europa. No puede ser posible que conociendo los tóxicos efectos de ese combustible, en Colombia aún se acepte que pueda ser usado en motores de combustión que van dejando sus letales componentes a lo largo de las calles y las carreteras del país.
Está ampliamente demostrado que una alternativa menos contaminante es el gas natural y también que los buses eléctricos ya están inventados y operando en muchas ciudades en Europa y China. Solo en la ciudad de Shenzhen, con 12 millones de habitantes, apenas más grande que Bogotá, la firma BYD adecuó 16.359 buses (diez veces los que serán repuestos en Bogotá) en muy corto tiempo con motores eléctricos. Y ahora siguen sus 17.000 taxis.
En varias ciudades alemanas ya ha sido prohibida la circulación de vehículos diésel. Incluso varios países de la Ocde –donde no vamos a entrar por ahora– tienen planes para prohibir los motores de combustión a partir del 2030. Mientras tanto, nosotros seguimos siendo el botadero de tecnologías obsoletas, que nos traen como ‘lo último en guarachas’.
Si yo fuera el alcalde o el gerente de Transmilenio, únicamente invitaría al concurso a fabricantes de buses eléctricos o con motores de gas natural vehicular. Excluiría a los de tecnología diésel, y pediría al Concejo que haga lo que ya hicieron los de París, Madrid y Ciudad de México, que entendieron lo absurdo que es seguir esparciendo veneno en sus ciudades.
Sergio Calderón Acevedo
Perito financiero y docente
sercalder@gmail.com