El Gobierno del Estado de Baviera, en Alemania, financió, inicialmente, la que será la versión revisada y anotada -una especie de versión definitiva y oficial- de Mi lucha, de Adolf Hitler. ¿Por qué hacer tal cosa? En parte, para adelantarse a la previsible proliferación de ediciones que ocurrirá a partir de finales del 2015, cuando los derechos del libro dejen de pertenecer al Estado de Baviera, pasen al dominio público y termine la prohibición que sobre su publicación, reproducción y difusión rige hasta ahora.
El Instituto de Historia Contemporánea de Múnich es la institución que recibió los recursos, posteriormente cancelados, para hacer la tarea. El objetivo es publicar una versión que ponga en contexto el escrito del dictador. El debate es muy fuerte, porque en Alemania hay partidos de extrema derecha y aún la sombra del nazismo recorre algunos frentes. Pero es un país valiente que, incluso en medio de la dura controversia, enfrenta sus fantasmas y asume sus responsabilidades colectivas.
Pero no solo se trata de expiar fantasmas, el problema hoy está en la percepción internacional que se tenga del proceso y en la reacción adversa de organizaciones de víctimas del holocausto. Ahora que la industria alemana está aplastando a la del resto de Europa y que su liderazgo es la verdadera fuente de la sostenibilidad del euro, los miedos que una publicación así levanta, no son menores. Nadie puede afirmar que un proceso social semejante se pueda incubar en esta época, pero los horrores del holocausto, sistemáticamente recordados en todos estos años, hacen imposible minimizar los impactos potenciales sobre la percepción global. Quizás por esto, el Gobierno de Baviera se hizo a un lado y el Instituto de Historia Contemporánea tuvo que continuar solo en medio de la controversia.
Socializando en cenas de amigos o en algún bar de alguna ciudad me han preguntado muchas veces por Pablo Escobar y la cocaína. Los más amables y discretos dan rodeos, pero casi siempre terminan tocando el tema. Mi reacción fluctúa entre el mal humor y algo de indignación, o el empeño decidido de hacer pedagogía sobre Colombia. Pero siempre, no lo puedo negar, me resulta vergonzoso que el nombre de Escobar esté aún tan arriba en la recordación global sobre nuestro país.
Creo que el problema sigue tan presente, tan vivo, porque hemos tratado de esconderlo debajo del tapete. Todavía nos da vergüenza hablar de legalización, aún no hemos podido enfrentar como sociedad el impacto del dinero que sigue fluyendo por nuestra economía como comején, debilitando los cimientos de lo que encuentra a su paso. Aún no enfrentamos colectivamente la responsabilidad de una vergüenza que se convirtió en parte de la cultura de amplios grupos de la población. Al menos 20 países comparten las condiciones geográficas del nuestro, que les permitirían destronarnos de la cima del negocio, y nos falta mirarnos al espejo y preguntarnos por qué ‘El Patrón’ fue colombiano; por qué tantos sucesores suyos lo son; por qué tantos colombianos lideran esa y otras mafias relacionadas. Hay algo que subyace en nuestro proceso como sociedad, algo que engendra nuestra propia vergüenza.
Claro que entiendo el atrevimiento de juntar en un mismo escrito dos vergüenzas de la historia universal de semejante envergadura. Pero no hablo de la comparación de sus historias como individuos, sino del contexto actual y la valentía con la que tendremos que mirarnos al espejo como sociedades para poder superarlos. Ver cómo los alemanes encaran y se enfrentan al suyo tal vez pueda ayudarnos a mirar el nuestro a los ojos. No se trata del personaje, que como en todo evento significativo de la historia no es más que un vericueto. Se trata del verdadero fantasma: del proceso social que los hizo posibles, que los creó, que los hizo fuertes y a tal punto devastadores. Perder el miedo a la historia es el único recurso posible para superar la vergüenza de la herencia de Pablo Escobar y evitar su banalización, que avanza a falta de asumir la responsabilidad colectiva.
Tito Yepes
Investigador Asociado de Fedesarrollo
@titoyepes