Secuestrada por las Farc en febrero del 2002 con su directora de campaña, Clara Rojas, la excandidata presidencial Íngrid Betancourt ya había intentado fugarse 4 veces en los 10 meses siguientes (con Clara: 2 veces). Cada vez alcanzada por la guerrilla, repitió el intento en julio del 2005, con el ex senador y rehén Luis Eladio Pérez. Las represalias de las Farc por los primeros intentos fueron muy duras; las que siguieron al último, violentas. Quien lea No hay Silencio que no termine sabrá que fueron un auténtico calvario sus últimos 3 años de cautiverio, hasta su liberación por la Operación Jaque, en julio del 2008.
Las primeras evasiones le trajeron a Íngrid incontable crueldad física y mental: enjaulada y encadenada a Clara; obligada a caminar vendada, amarrada y golpeada brutalmente, en medio de gritos e insultos; humillada como mujer y privada de medicación (similarina, octubre del 2004). El hacinamiento promiscuo era otra arma contra Íngrid y “Lucho”.
El último intento recrudece el maltrato físico: golpes, inmovilización corporal, encadenamiento permanente (a un árbol, mientras camina…), aislamiento, exposición a tormentas tropicales sin plástico protector, recorridos selváticos sin botas (Lucho), denegación de atención médica (a Lucho, en coma diabético, mayo del 2006; a Íngrid, con convulsiones palúdicas, durante 3 días, abril del 2007); posan la carpa de Íngrid sobre una hormiguera de congas (julio del 2007); la privan de agua. Arrecia la crueldad mental:
humillación continua, prohibición de hablar con nadie y separación física de Lucho (desde julio del 2005) y del norteamericano Marc (desde octubre del 2007); secuestro de pertenencias íntimas (cartas de su madre, fotos de sus hijos, dibujos de sus sobrinos…); le impiden escuchar a su madre por radio; derraman delante de Íngrid el agua que ansía (fin del 2006); la obligan a hacer sus necesidades fisiológicas en público (julio del 2005).
A la inhumanidad predecible de unas Farc burocráticas, estalinianas y violentas se suma la falta de solidaridad de muchos rehenes. Pueden ser un infierno las sociedades pequeñas encerradas en sí mismas. El ex presidente López Michelsen asemejaba nuestras colonias diplomáticas en el exterior y su competencia por la atención del Embajador de turno a la menguada corte de Napoleón en Santa Helena. Las intrigas, traiciones y zancadillas para acercarse a él eran tanto peores cuanto más reducido el grupo.
Las Farc también fomentan rivalidad, delación y cizaña entre sus rehenes civiles. Al rigor de aquellas se suma el clima de inquina y “sálvese quien pueda” de quienes intercambian abyectamente favores con sus carceleros y a veces toman partido por ellos.
Desentona la excepcional entereza de Íngrid. Le parece indigno competir por más espacio, menor humedad, un mejor caldo u otro cigarrillo más en el contexto de 'juego de suma cero' que impone la guerrilla o con la complicidad venal del guardia de turno. Rechaza la toma 'adornada' de pruebas de supervivencia que distorsionan la realidad de un secuestro cada vez más duro, humillante y cruel. Por principio, rehusa jugar el juego de sus verdugos. Esta actitud frentera es castigada por las Farc y resentida por varios compañeros. Íngrid destaca en cambio la valentía, disciplina y generosidad de los policías y soldados secuestrados, incluido el sorprendente Jhon Frank Pinchao.
Continuará el análisis de este gran libro y su extraordinaria autora.