Las respuestas dadas por Juan Manuel Santos y el Ministro de Hacienda a la muy esperada baja de la calificación de riesgo del país, es muy preocupante. También lo fue el tono despectivo del jefe de gobierno a un periodista económico, el pasado 27 de octubre, cuando este le preguntó, en rueda de prensa, acerca del escenario en que se daría “una posible reducción de la perspectiva de calificación”. En su propio lenguaje, Santos inculpó al analista del delito de pánico económico.
La intolerancia con que este tema ha sido tratado por el alto gobierno es, en parte también, la culpable de la degradación y de sus costosísimas consecuencias. Al equipo económico se le ha venido advirtiendo acerca de su errada gestión. El excesivo endeudamiento, el gasto descontrolado, la rampante corrupción en las compras públicas y la autocomplacencia con supuestos buenos resultados en inflación, empleo, comercio exterior y demás temas económicos, han causado que fuera del país se hayan dado cuenta de que la tradicional ortodoxia colombiana es cosa del pasado. No mezclar política con economía había sido uno de los ingredientes del éxito y de la estabilidad que tanto admiraban los banqueros, los inversionistas y los extranjeros que miraban con simpatía al proceso de desarrollo colombiano. También veían con confianza las estadísticas de una agencia estatal independiente.
Ocho años de enormes esfuerzos costó recuperar el grado de inversión, otorgado a principios del 2011 por Standard & Poor’s, la misma que ahora nos degradó, como herencia del excelente manejo económico de la administración del presidente Álvaro Uribe, y sus ministros de Hacienda Óscar Iván Zuluaga, Alberto Carrasquilla y Roberto Junguito. Aunque no hemos perdido el grado de inversión, estamos al filo de hacerlo, y es posible que suceda porque en la actitud del gobierno no hay señales de que se quiera corregir el rumbo.
Por el contrario, afirmaciones como que “esta es una señal para el próximo gobierno”, manda el mensaje de que empiezan las festividades de fin de año, y de administración.
Que solo a partir del 7 de agosto de 2018 ‘alguien’ tendrá que buscar las soluciones.
Por ahora, siguen diciendo que es mucho mérito haber llevado al país a buen puerto luego de la tormenta de la caída de los precios del petróleo. Olvidan que este se mantuvo alrededor de 20 dólares durante las dos últimas décadas del siglo pasado, y en los niveles actuales de 60 dólares en la primera década del presente, exactamente allí donde está hoy.
También representa una gran imprudencia que el jefe de las finanzas públicas haya afirmado que “Standard and Poor’s se equivocó en el momento para hacer esa apreciación”. Al igual que con la nueva generación de estudiantes, ahora una mala calificación es sinónimo de mal profesor y no de malos alumnos.
Las malas calificaciones con las que S&P despide a los escolares que hoy manejan nuestra economía, son el reflejo del tiempo perdido, de los deberes dejados de hacer y de la falta de ambición por obtener buenos resultados. Pero, al contrario de lo que sucede en el sistema educativo, afortunadamente estos alumnos no pueden repetir el año.
Sergio Calderón Acevedo
Economista
sercalder@gmail.com