Escobar ocupó aquella prisión durante poco más de un año, desde el 19 de junio de 1991, tras sellar un acuerdo con el entonces presidente César Gaviria, por el que el jefe del cartel de la droga de Medellín aceptaba el cautiverio a cambio de que el Gobierno revocara un tratado de extradición con Estados Unidos.
La Catedral, ubicada en el municipio de Envigado, vecino a Medellín, contaba con lujosas habitaciones, salas de juego, gimnasio, una catarata natural y hasta cancha de fútbol, un lugar que tenía abiertas las puertas sin restricciones a familiares, amigos y socios del narcotraficante.
Con vistas privilegiadas sobre Medellín, desde esa celda de oro, Escobar controlaba sus negocios mafiosos; ordenaba asesinatos, que se llevaban a cabo en el interior del mismo recinto, y celebraba fiestas con abundancia de alcohol, drogas y mujeres junto a sus secuaces, algunos de ellos también cautivos en La Catedral.
Cuando salieron a la luz estas actividades, Gaviria se vio obligado a trasladar a Escobar a una cárcel de verdad, pero el que era considerado el mayor narcotraficante de la historia de Colombia se enteró de esa decisión y en la noche del 21 de julio de 1992 se fugó.
Esa fue la que se considera su segunda gran burla al Estado colombiano y al expresidente Gaviria.
Con Escobar fugado, La Catedral quedó vacía, y los habitantes de Envigado, persuadidos de que sus muros escondían una fortuna, saquearon durante meses la edificación.