“Pienso con frecuencia en la muerte y me da lástima irme de este mundo y no poder trabajar más, porque me da un gran placer hacerlo”, dice Fernando Botero hoy, al cumplir 80 años de vida y 65 de haber iniciado una de las carreras más brillantes entre los artistas plásticos vivos más conocidos del mundo.
Es así que desde su natal Medellín, Botero le dijo a la AFP que no tiene planes de jubilarse y asegura que la sola idea de dejar los pinceles le “aterra más que la muerte”.
Con más de 3.000 pinturas y 300 esculturas no ha calmado las ansias por crear, hasta llegar a su última colección denominada Viacrucis.
Al celebrar estas primeras ocho décadas confiesa, en su casa campestre de Rionegro, ciudad donde nació y comenzó a vender sus primeros dibujos con apenas 15 años, que dedica aquí unas diez horas diarias a su obra.
“Trabajo más ahora, tal vez, por el hecho de que sé que es limitado el tiempo que uno tiene para hacerlo”, señala con una sonrisa en el taller que ha levantado en medio de un jardín exhuberante, apartado de la casa que custodia un agente de policía.
Botero, a quien cariñosamente los colombianos llaman ‘maestro’, suele venir a estas colinas de los Andes solamente una vez al año, en enero, cuando junto a su esposa, la griega Sophia Vari, huye del invierno europeo.
De resto, su vida pasa entre el taller que tiene en Toscana (Italia), y sus residencias de Mónaco y Nueva York.
Definitivamente, ha descartado volver a vivir en Colombia y apunta que no tiene “nostalgia del principio de mi vida, porque no fue nada fácil”.
“Cuando yo empecé, esta era una profesión exótica en Colombia, no era aceptada ni tenía ninguna perspectiva”.
Cuando le dije a mi familia que me iba dedicar a la pintura respondieron: “bueno, está bien, pero no le podemos dar apoyo.
Lo hice, igualmente, y afortunadamente aquí estoy, pintando todavía”, rememora entre carcajadas.
Un principio difícil
Como una ironía, la misma escuela que le reprobó de adolescente ahora lleva su nombre. Botero, que hace 62 años partió a descubrir Europa y Estados Unidos, recuerda su llegada a Nueva York con 200 dólares en el bolsillo como único capital.
Allí conoció al director del Museo Alemán, Dietrich Malov, quien impulsó su carrera en los años setenta.
“Pasé de ser un desconocido que no tenía ni siquiera una galería en Nueva York a ser contactado por los más grandes marchands del mundo”, narra Botero, que alimentó su fama con figuras voluminosas y formas generosas. Ese estilo surgió en 1957, con la pieza ‘Naturaleza muerta con mandolina’.
MEDELLÍN EXPONE EN SUS CALLES LA OBRA DEL ARTISTA
Aunque ‘el maestro’ Botero asegura que mantiene “la cabeza bien puesta”, no puede evitar emocionarse por la acogida que recibe en Colombia. “Creo que muy pocos artistas en la historia han tenido el privilegio de este tipo de reconocimiento”.
Y es que el amor de los antioqueños por su artista es tan grande como el de Botero por Medellín, a la que le ha regalado 200 pinturas y decenas de esculturas que pueblan sus parques y plazas. No por nada, en su patria chica, se levanta en el centro de Medellín, ‘Ciudad Botero’, una exposición permanente de su obra.
LA REALIDAD PLASMADA
Sobre su país, Botero ha tratado de plasmar una realidad no grata, pero que hace parte de la Nación en su serie ‘La violencia’, en la que incluye personajes como el retrato de ‘Marulanda’ o el de Pablo Escobar, no para exhaltar sus acciones, sino para que se entienda que son símbolos, aunque negativos, “que son parte de la historia del país, así se quiera o no”.