Sin proclamas feministas ni revoluciones, las mujeres indígenas del pueblo wounaan, en el Pacífico colombiano, han invertido el orden familiar y se han convertido en cabezas de familia a partir de la elaboración de artesanías de calidad que venden a un precio elevado pero justo.
El resultado de su trabajo son unos preciosos canastos de colores hechos con palma de werregue, una de las artesanías más valoradas de Colombia.
Estas empresarias asociadas viven en Taparalito, a orillas del río San Juan, sur del Chocó, y su mérito es haber dado un gran paso en la equidad de género y contribuir a los gastos del hogar, lo que antes era responsabilidad exclusiva del hombre, dedicado al campo, a la pesca y a la extracción de madera.
“Esto nos sirve para poder comprar los lápices para los hijos, el uniforme, los cuadernos.
Para mantener a los hijitos y los hogares porque hay maridos que no colaboran”, expresó Rosita Tascón, madre de una de las 318 familias de esta pequeña comunidad.
EL CAMBIO
Hasta hace seis meses, tejer cestos y fuentes en fibra de werregue era para estas mujeres una destreza tradicional en desuso por el efecto de las inundaciones que arrasaron los cultivos de palma, y también por su mala experiencia en la comercialización.
Entonces, arrancó en las comunidades del litoral de San Juan un proyecto impulsado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en coordinación con la ONG Save the Chidren, que busca recuperar medios de vida sostenible para los pueblos chocoanos víctimas de las graves inundaciones causadas en los últimos años por el fenómeno meteorológico de La Niña.
La coordinadora del proyecto, Diana Cortés, explicó que, al principio, los hombres eran quienes más participaban en las reuniones porque “sentían que tenían un rol importante”, pero las mujeres poco a poco fueron tomando la palabra. Concienciadas de que el werregue era “su proyecto”, relegaron a sus maridos al papel de traductores.
Ahora, los cestos de werregue llenan con sus dibujos de monos, mariposas y otros elementos de la tradición wounaan las estanterías de las tiendas de decoración más chic de Bogotá, a precios que justifican de sobra lo laborioso de su elaboración.
Hasta ahora, de esa suma, que no baja de 50 dólares por pieza, poco recibían las artesanas, motivo por el que las 63 mujeres del programa se han asociado y establecido “precios justos”, y han creado un fondo con el 15 por ciento de sus ingresos para comprar los elementos necesarios que les permitan trabajar el werregue.
En el proceso, los hombres cortan los seis cogollos de palma que se usan para un jarrón, y el resto es tarea de la mujer: separar la fibra en finísimas hebras, cocerlas en ollas con hojas de puchicama, azafrán o semillas de achiote para conseguir los colores, para después comenzar a tejer.