Nada de dardos, sedaciones, narcóticos, golpes, látigos, ni mucho menos gritos o intimidaciones. Todo lo contrario. Los contados asistentes que expectantes seguimos minuto a minuto la técnica de reforzamiento positivo utilizada, pudimos comprobar de primera mano que el traslado de la primera osa que fue trasladada del zoológico Matecaña al parque Ukumarí, a cambio de ser un espectáculo circense, fue el resultado de un trabajo profesional interdisciplinario, especializado, serio, silencioso, calificado y sobre todo, altamente planificado.
Eso fue lo que pasó en la madrugada del martes 23 de junio, cuando un grupo de personas, “verdaderamente privilegiadas”, fuimos testigos del cuidadoso dispositivo de seguridad implementado para efectos de llevar a la osa desde el antiguo zoológico hasta el nuevo Bioparque.
Ni el sueño de quienes aún prácticamente entumecidos cumplíamos una cita con la historia del medio ambiente en Colombia, ni la ansiedad de poder ver al animal por un segundo y compartir por primera y, rara vez, tal experiencia, pudieron siquiera eclipsar la expectativa reinante durante ese bello amanecer.
Fue una sinfonía de sonidos acompañada por los acordes nocturnos característicos de algunas de las especies que pacientemente parecieran aguardar el turno de su traspaso para llegar así al nuevo hábitat que les ofrecerá a los animales mayores y mejores condiciones de vida y reproducción.
Contrario a lo pensado, como quien se debate entre un reloj y el bullicio del pasillo de un hospital en espera del nacimiento de su primogénito, el silencio y la calma del memorable episodio reinaron en el antiguo zoológico. El viento esa noche era el único autorizado para pasearse sin permiso por el lugar cual gamonal por su hacienda y emitir a su tránsito el característico y por momentos escalofriante canto.
De repente, el ruido intermitente de una alarma que indicaba que una camioneta estaba dando reversa para acceder hasta la puerta de la osa, con el fin de empalmar su parte posterior contra el cubículo donde se encontraba el animal dispuesto en su guacal, alertó al equipo de biólogos y veterinarios para emitir la orden categórica de apagar el vehículo conducido por el despistado conductor, quien, estoy convencido, todavía no sabe que estuvo a punto de estresar al animal y dar al traste con el operativo implementado, siempre pensado en procura del cuidado del plantígrado que estaba llegando al parque.
La caravana escoltada por policías, autoridades municipales, ambientales, administrativas y el reducido grupo de producción audiovisual del cual formé parte en calidad de presentador de televisión del histórico registro, alcanzó a despertar un ligero interés de uno que otro sorprendido trabajador del aeropuerto quien seguramente en ese instante se cuestionó: ¿A qué personaje político estarán escoltando a esta hora y de dónde saldría la nutrida caravana matutina?
Seguramente, si hubiesen inferido que la guardia vehicular en cuestión custodiaba a la emblemática huésped del Ukumarí, de sus manos se habrían desprendido sendos aplausos ante el noble gesto emprendido por un puñado de asustados pero comprometidos funcionario, el cual divide en dos la historia del cuidado y traslado animal en Colombia.
Esa madrugada no sólo se llevó un animal a su nuevo hábitat. El martes 23 de junio de 2015 inició la llegada de quienes serán protagonistas y consentidos de otro gran centro turístico del país: el bioparque Ukumarí.
Andrés García
Especial para Portafolio