A Peter Beck siempre le ha fascinado el espacio. Cuando era adolescente construía sus propios cohetes, atándolos a bicicletas y otros vehículos en experimentos que a veces resultaban espeluznantes. Pero su amor por la ingeniería rindió frutos el domingo cuando Rocket Lab puso en órbita tres satélites pequeños desde una plataforma de lanzamiento privada en una granja de ovejas y ganado de 8.000 acres en la zona rural de Nueva Zelanda, una “primicia mundial” que algunos piensan que podría revolucionar la industria espacial.
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“Nuestro cohete es una de las herramientas que permite mucho más acceso al espacio. Permitirá que sucedan cosas realmente interesantes que tendrán un efecto importante en la humanidad”, dice Beck. “Estás presenciando la democratización del espacio, se está transformando de un dominio controlado por los gobiernos a un dominio comercial”.
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Rocket Lab es parte de una oleada de innovadores que impulsa una nueva carrera espacial. Pero a diferencia de la versión de la guerra fría del siglo XX entre las superpotencias, se enfoca en el desarrollo de tecnologías comerciales en lugar de militares. Los consumidores se han beneficiado durante años de las señales de internet, televisión y navegación GPS desde el espacio, pero los avances en la tecnología satelital están impulsando una gran más servicios, desde el seguimiento de envíos comerciales hasta el monitoreo de cultivos, ganado y contaminación. La carrera la impulsa una nueva generación de satélites en miniatura, los denominados nanosatélites o CubeSats, los cuales generalmente no son más grandes que una caja de zapatos, más baratos de construir y más fáciles de desplegar que las versiones tradicionales que tienen el tamaño de un bús. La capacidad para extraer grandes cantidades de datos, la disminución de los costos de acceso al espacio debido a la innovación en la construcción de cohetes y una oleada de inversiones de multimillonarios, como Elon Musk de Tesla, Jeff Bezos de Amazon y Richard Branson de Virgin, y más recientemente capitalistas de riesgo, se combinan para darle impulso a la industria.
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Bank of America Merrill Lynch estima que el mercado espacial –que abarca desde la fabricación y el uso de la infraestructura hasta las aplicaciones habilitadas para su uso en el espacio, como teléfonos satelitales y servicios meteorológicos– tiene un valor de US$339 mil millones. Pronostica que esto se multiplicará por ocho debido al auge en el despliegue de satélites, en los servicios auxiliares y en las capacidades de lanzamiento para el 2045 hasta la cifra de US$2,7 billones y producirá “más avances en las próximas décadas que a lo largo de toda la historia de la humanidad”. Los inversionistas canalizaron US$2,800 millones en empresas startup espaciales en 2016, una cifra récord por segundo año consecutivo en un sector donde los gobiernos y sus ejércitos continúan siendo los que más gastan.
EE. UU., que perdió interés temporalmente en el espacio en 2011, podría estar listo para retomar la vanguardia. En diciembre, el presidente Donald Trump le pidió a la NASA que enviara estadounidenses a la luna por primera vez desde 1972 y que se preparara para los viajes a Marte. Pero los expertos advierten que la falta de un calendario específico o de detalles de financiamiento implica que el anuncio debe tratarse con cautela.
Las oportunidades comerciales están tentando a nuevos países a unirse a la competencia. En 2016, Nueva Zelanda estableció una agencia espacial y el mes pasado entró en vigor una legislación que establece un marco regulatorio para fomentar las empresas espaciales. Australia, uno de los dos países de la Ocde que no cuentan con una agencia espacial, junto con Islandia, establecerá la suya en marzo.
“Australia no puede permitirse quedarse atrás”, comenta Brad Tucker, un astrofísico de la Universidad Nacional Australiana. “Casi todos los aspectos de nuestras vidas modernas dependen de la infraestructura satelital y eso nos hace muy dependientes de la infraestructura espacial de otros países”.
En un parque industrial en las afueras de Adelaida, la científica espacial italiana Flavia Tata Nardini –quien trabajó anteriormente en la Agencia Espacial Europea– espera que Fleet Space Technology, la compañía que cofundó con el ingeniero aeroespacial Matthew Tetlow, pueda poner a Australia a la vanguardia de la industria de los nanosatélites. Fleet planea poner en órbita 100 nanosatélites para proporcionar conectividad a internet a millones de dispositivos sensoriales ubicados en lugares remotos de la Tierra. Está dirigido a las industrias minera, petrolera y agrícola, que están empezando a desplegar una gran cantidad de sensores para recopilar datos que luego puedan mejorar la eficiencia.
En el pasado, solo las compañías multimillonarias como Boeing, Lockheed Martin –uno de los contratistas de defensa más grandes del mundo– y Orbital Sciences Corporation podían construir y lanzar los satélites. Actualmente, las empresas startup e incluso las universidades están desarrollándolos y poniéndolos en órbita. En noviembre, UNSW Canberra, una institución enfocada en la defensa, lanzó su primer CubeSat, para ayudar a predecir la órbita de la basura espacial, los satélites en desuso y otros residuos. Hasta la fecha, se han lanzado al espacio casi 900 nanosatélites y 560 siguen en órbita.
Planet Labs, una compañía de San Francisco fundada en 2010 por tres ex científicos de la NASA, es propietaria de uno de los satélites que Rocket Labs puso en órbita el domingo. En febrero, lanzó 88 de sus nanosatélites Dove en un solo cohete, la mayor constelación que haya sido puesta en órbita en un solo lanzamiento.
La firma ahora tiene una red de 149 satélites que captura imágenes de la superficie de la Tierra todos los días. El Gobierno estadounidense y las agencias humanitarias la usaron para mapear el impacto letal de los huracanes en Florida, Puerto Rico y Texas el otoño pasado. En Nueva Zelanda, los grupos de agricultores están utilizando la tecnología para estimar la cobertura de los pastos para orientar mejor al ganado hacia el pastoreo.
Spire, una compañía satelital, compró dos espacios para sus dispositivos de imágenes terrestres en el lanzamiento del domingo. El precio que Rocket Lab cobra por estos comienza desde aproximadamente US$100 mil por un nanosatélite, pero los precios varían según las cargas útiles que transportan y el peso total.
“Llegar al espacio es el mayor cuello de botella que enfrentamos”, dice Jenny Barna, directora de lanzamiento de Spire. “Siempre hay un atraso en la comunidad estadounidense de CubeSat. Si Rocket Lab puede hacer lo que afirma, podría ser un cambio radical para la industria de los pequeños satélites”.
Los nanosatélites se lanzan a la órbita terrestre baja –entre 500 y 2,000 kilómetros sobre la Tierra y muy por debajo de la altitud geoestacionaria de 36,000 kilómetros de los satélites más grandes. Esto significa que generalmente se salen de órbita y se queman en la atmósfera en un período de dos o tres años, por lo que requieren reemplazos regulares. Pero poner cohetes en órbita es un proceso complicado, costoso y arriesgado. El lanzamiento del cohete Atlas 5 desarrollado por United Launch Alliance –empresa conjunta de Lockheed Martin y Boeing y uno de los pilares de los despliegues de satélites en los últimos años– costó aproximadamente US$109 millones en diciembre de 2016. Enfrenta la dura competencia del SpaceX de Elon Musk, que desarrolló el Falcon, el primer cohete reutilizable del mundo, que ahora se puede lanzar por unos US$62 millones.
Sin embargo, uno de cada 20 lanzamientos espaciales termina en fracaso, según XL Catlin, una aseguradora, y las demoras son comunes debido a los desafíos técnicos y al mal tiempo. Este mes, un satélite espía de varios millones de dólares construido por Northrop Grumman, que fue lanzado por SpaceX, no pudo alcanzar la órbita y se presume que se perdió. En mayo, el primer lanzamiento de prueba del cohete Electron de Rocket Lab no logró alcanzar la órbita debido a una falla técnica.
Otro factor de riesgo es que las empresas aún no están ganando dinero en el espacio, según Bank of America, que dice que es algo difícil de lograr debido a los altos niveles de gasto de capital necesarios para acceder a la industria, los retrasos y los lanzamientos fallidos. SpaceX “actualmente no es rentable y puede que nunca lo sea”, indica. Sin embargo, los expertos dicen que el exitoso lanzamiento de Rocket Lab el domingo, que costó US$5 millones, podría representar un avance significativo. “Para la industria de los pequeños satélites y los nanosatélites, esto lo cambia todo”, dice Barna de Spire. Para mantener bajos los costos, Rocket Lab utiliza materiales compuestos de carbono en sus cohetes en lugar de aluminio, que es un material más pesado y costoso. Los motores eléctricos y las baterías de litio impulsan las turbobombas del motor, en lugar de los generadores de gas más complejos y costosos que se utilizan en los tradicionales. La compañía imprime en 3D sus motores, lo que reduce drásticamente el tiempo que toma construirlos.
“El precio es importante, pero el factor más importante para los clientes potenciales es la frecuencia. EE. UU. lanzó cohetes al espacio 21 veces el año pasado. Tenemos licencia para lanzar cada 72 horas durante los próximos 30 años”, dice Beck. La remota ubicación de Nueva Zelanda al borde del Océano Pacífico y el tráfico aéreo más ligero la hacen ideal para el lanzamiento regular de cohetes, pues requiere menos cierres del espacio aéreo que en los cielos sobre EEUU. La trayectoria de un lanzamiento desde el sitio de Mahia, en la costa este de la isla norte del país, lleva el Electron sobre aguas abiertas y es muy adecuada para poner satélites en una órbita de norte a sur alrededor de los polos.
“Tenemos la geografía correcta y los ángulos de lanzamiento para acceder al espacio con una frecuencia muy elevada”, aclara Peter Crabtree, director de la Agencia Espacial de Nueva Zelanda.
Beck fue un gran impulsor de la agencia y las nuevas regulaciones, las cuales permiten lanzamientos frecuentes. Volvió a registrar Rocket Lab como una compañía estadounidense en 2013, cuando comenzó a atraer fondos importantes. Pero se dio cuenta de que los lanzamientos frecuentes desde EE. UU. serían difíciles dado el transitado espacio y necesitaba a Nueva Zelanda como alternativa. La decisión de realizar lanzamientos desdeallí exigió que el Gobierno estableciera un régimen regulatorio que se ajustara a las normas de la Administración Federal de Aviación de EE. UU. e hizo necesario que Washington y Wellington firmaran un tratado bilateral que permitiera la transferencia de tecnologías sensibles.
Rocket Lab ha trabajado con el departamento de defensa de EE. UU. en proyectos de motores y ha atraído fondos no revelados de Lockheed Martin. La compañía, que tiene un valor de NZ$1.4 mil millones (US$1 mil millones) y que ha recaudado NZ$200 millones, también atrajo la atención de los capitalistas de riesgo estadounidenses deseosos de acceder a un sector de rápido crecimiento.
“Beck es la persona más cercana que he visto que se puede comparar con Elon Musk”, dice David Cowan, socio de Bessemer Venture Partners, la cual gestiona inversiones por US$4.500 millones, incluyendo participaciones en Rocket Lab y Spire. “Simplemente me impresionan sus inventos”.
Bessemer, una de las compañías de capital de riesgo más antiguas del mundo, fue una de las primeras en adoptar la industria espacial. Y también fue una de las primeras en ganar dinero de un sector que requiere una importante inversión inicial y paciencia para permitirles a las empresas generar ingresos. En 2014, Bessemer vendió sus inversiones de SkyBox, una compañía de imágenes satelitales adquirida por Google por US$500 millones, para enfocarse en el potencial del espacio.
“Ese fue un momento decisivo para la industria. La salida atrajo mucha atención de la comunidad de capital de riesgo y les dio confianza a los socios en la industria espacial”, dice Cowan. “Hasta ese momento mucha gente pensaba que estábamos locos por invertir en el sector”.
Richard Rocket, su verdadero nombre, cofundador de la compañía de investigación NewSpace Global, dice que lo que más frena la industria es el acceso, y no el precio. Dice que hay alrededor de 50 compañías en todo el mundo que están intentando construir cohetes específicamente para satélites pequeños. Y pronosticó: “Habrá muchos clientes de todas partes que deseen acceder al espacio”.