A medida que nos aproximamos al extremo austral del continente, al final de los más de 6.000 km de recorrido, la cordillera de los Andes da paso al bosque, y el bosque, a la estepa.
No será la última vez que el paisaje cambie abruptamente. Conocer la Patagonia es pasar de la montaña al fiordo, al bosque o a la llanura. El viaje por tierra de Punta Arenas a Puerto Natales es un despertar a la inmensidad del fin del mundo. Un horizonte con aire de desolación, un paraje que parece sacado de un planeta poblado solamente por ovejas. Tradicionalmente, la economía magallánica ha tenido la ganadería como eje, especialmente la ovina con más de tres millones de cabezas de ganado. No se divisa ni un solo metro cuadrado sin cercar.
También hay ganado vacuno, según nos dicen, pero por ahora no lo vemos. Tampoco a las personas, aunque una que otra casa y los paraderos vacíos dan indicios de vida humana. Se trata de una de las zonas más despobladas de Chile, con una densidad de 1,2 habitantes por kilómetro cuadrado.
El mar es uno de los pocos paisajes constantes. Del mar llega el viento, que puede alcanzar 140 kilómetros por hora y sin el cual no se puede entender la Región de Magallanes. El Pacífico también proporciona abundantes pescados y mariscos, que constituyen otro renglón tradicional de la economía patagónica. No obstante, es la minería la que impulsa hoy en día la economía regional, que creció 20,8% en el tercer trimestre del 2013.
Tres horas y 250 kilómetros después, llegamos a Puerto Natales. Aunque es conocida y visitada por ser la puerta del Parque Nacional Torres del Paine, esta pequeña ciudad de colores y unos 18.000 habitantes es mucho más que eso. Es el centro cultural y geográfico de la Patagonia Chilena, el punto de partida para visitar una gran variedad de parajes naturales que difícilmente se pueden encontrar en otro lugar del mundo tan cerca uno del otro.
Entender la Patagonia y todas sus posibilidades es precisamente la idea de Remota. Este hotel, que abrió sus puertas en enero del 2006 y al año siguiente ganó el Premio Nacional de Arquitectura, nació con la idea de fundirse con la naturaleza. Sus grandes y redondas chimeneas buscan replicar las estufas magallánicas, médula de los hogares más tradicionales. Los grandes ventanales hacen que sea imposible dejar de mirar las montañas, el mar, el cielo. Y es que la idea no es estar adentro sino afuera; por eso, existen 27 paseos diferentes, dependiendo de los intereses y las habilidades de cada visitante.
En bicicleta anduvimos por un camino rodeado de pastos largos y pequeños arroyos, hasta llegar al Fiordo Obstrucción. Caminando visitamos la Cueva del Milodón. A caballo llegamos a la falda de la Sierra Dorotea, un lugar desde donde se aprecian todos los paisajes patagónicos. Diría yo que a propósito, dos cóndores volaron muy cerca de nuestras cabezas para dar la pincelada final. Como cada una de las pequeñas cosas importa en la inmensa Patagonia, el día no puede acabar sin un buen vino. Tal vez un rato en la piscina temperada que mira hacia las montañas o bajo una ducha que pareciera evocar la lluvia que raramente cae en la Región de Magallanes; justo antes de dormir como un bebé en un cuarto cálido sin televisor ni internet.
UN DÍA EN LA OCTAVA MARAVILLA DEL MUNDO
Minutos antes de llegar al Parque Nacional Torres del Paine pasamos por el Hotel Posada Tres Pasos, parte de una estancia de 5.000 hectáreas en donde se encuentra la Laguna Figueroa. Nos dicen que fue allí donde Gabriela Mistral pasó un duro invierno escribiendo ‘Desolación’ (1922):
“La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde
me ha arrojado la mar en su ola de salmuera.
La tierra a la que vine no tiene primavera:
tiene su noche larga que cual madre me esconde” (…)
A nadie parece sorprender que un poema con ese nombre haya sido escrito durante un invierno en el fin del mundo. Sin embargo, el 31 de octubre del 2013 un sol esplendoroso ilumina todos los pliegues de las montañas y realza el azul que le da el nombre a uno de los parques naturales más visitados de Chile.
Torres del Paine fue declarado parque nacional en 1959 y Reserva de la Biosfera en 1978. Aunque un día es muy poco para apreciar la riqueza de los 17 ecosistemas que conforman el parque, es suficiente para entender por qué fue elegido como la octava maravilla del mundo por más de cinco millones de votos en VirtualTourist.
La bienvenida nos la da la Laguna Amarga, que si fuera por su apariencia el nombre de Plácida le quedaría mejor. Es la primera de las ‘postales’ que veremos a lo largo del día. Desde el carro en el que recorreremos el parque de punta a punta, la visión del Lago Nordenskjöld me transporta al “mar de los siete colores”. Pero aquí del Caribe no hay nada, y el color se explica por los sedimentos que lleva el agua, proveniente de los glaciares. Nos bajamos del carro y el viento patagónico me despierta de una sola cachetada.
Recorremos un corto camino para contemplar el lugar en donde el lago se torna violento: el Salto Grande, una cascada tan fuerte que se alcanza a sentir desde donde toman fotos los turistas (por primera vez, muchos turistas), y su estruendo ahoga las pocas palabras que no se lleva el viento. El arco iris que nace en las chispas de agua contrasta con la negra roca de los Cuernos del Paine.
Para conocer el parque hay una gran variedad de circuitos y opciones. Así como el Hotel Remota cuenta con 7 planes diferentes, también es posible quedarse en alguno de los hoteles u hostales dentro del Parque. Uno de los recorridos de ‘trecking’ más practicados es la W, una caminata de cuatro días que incluye sitios como la base de las Torres, el Valle Francés, Los Cuernos y el lago Grey. Para los caminantes más avezados, está el circuito de la ‘O’, que le da la vuelta a todo el parque. Los extranjeros, que constituyen la mayoría de visitantes del parque pagan una entrada de 38 dólares en temporada alta y 10,5 dólares en la baja.
Que Puerto Natales sea conocida principalmente por ser la ciudad más cercana al parque no es gratuito. Gran parte del turismo de la zona se mueve alrededor de esta atracción natural a la que en el 2010 llegaron unos 150.000 visitantes, y que según uno de nuestros guías recibe actualmente cerca de 500.000 turistas.
Como declaró el Ministro de Economía, Fomento y Turismo, Félix de Vicente, durante la entrega del reconocimiento de VirtualTourist a Torres del Paine como Octava Maravilla del Mundo, el 90% de las pequeñas y medianas empresas en esta región se dedican al turismo. Por esa razón, más que de un reconocimiento simbólico, se trata de un impulso para el turismo y la economía regional.
Nuestro paso por la Octava Maravilla del Mundo terminó en la playa del Lago Grey, en donde nos convertimos en muñecos miniatura frente a una montaña nevada de la que parecían salir nubes, cual chimenea de gigantes. Y en el lago, uno que otro témpano asomándose como un preludio de nuestro siguiente paisaje: los campos de Hielo Sur.
A BORDO DEL SKORPIOS III
“Los megacruceros solo ven los glaciares de lejos, nosotros no solamente los contemplamos sino que los recorremos”, afirma el capitán Luis Kochifas, al tiempo que nos adentramos en un laberinto de hielo y dejamos atrás al mundo.
Así como sucede con el Hotel Remota, este barco de 70 metros de eslora y con capacidad para 90 pasajeros tiene todas las comodidades, pero no está hecho para quedarse adentro. Las atracciones están afuera y se pueden tocar, sentir, oír y hasta probar.
Al glaciar Amalia lo vimos desde la cubierta del barco, majestuoso con sus 160 metros de alto y sus 3 kilómetros de ancho. Apenas comenzaba el asombro ante estas formaciones cuidadosamente esculpidas por millones y millones de días y horas. El sol jugó durante los cuatro días de viaje a salir y esconderse, mientras el viento magallánico mostraba todos sus dientes.
El Glaciar el Brujo fue mi favorito. Envueltos en varias capas térmicas desembarcamos y vimos al Brujo hacer su magia. Grandes pedazos caían al agua en proceso de descongelación, y segundos después se oía el estruendo, sordo y poderoso.
Algunos parecen agujas colosales, otros avalanchas congeladas en el tiempo. Al Glaciar Bernal llegamos caminando, y el Alsina lo vimos desde un bote en medio de la lluvia y el viento, pensando que también nosotros podríamos convertirnos en hielo.
Recorrimos el Fiordo Calvo a bordo del rompehielos Capitán Constantino, nombrado así en honor del fundador de la empresa naviera y padre del actual capitán. Los delfines nos acompañaban y los cormoranes nos miraban sin mucho interés desde una montaña rocosa, mientras nos tomábamos un trago de whisky con hielo de glaciar.
“Nos hace falta sentir más apoyo del Estado”, asegura el capitán, que como muchos otros prestadores de servicios turísticos de la zona, se ha quejado de la centralización de los recursos. Para muchos chilenos, asegura, sale más barato ir al Caribe que al sur de su país. Y ni se diga de los latinoamericanos.
Pero Luis Kochifas conserva el optimismo. El mismo que llevó a su padre a explorar y ‘conquistar’ los intrincados canales y fiordos del Campo de Hielo Sur. Tal vez la alianza con Remota –que comenzó este año- atraiga a los de este continente, así como hizo con estos periodistas colombianos, anonadados en la Patagonia Chilena.
¿CUÁNTO CUESTA?
Con el paquete que ofrecen LAN, Remota y Skorpios, los tiquetes Bogotá-Punta Arenas, ida y regreso, se consiguen desde 450 dólares. Tres noches en Remota más tres noches en Skorpios, desde 3.190 dólares.
MARIA CAMILA HERNÁNDEZ ALONSO
Subeditora Portafolio.co
*Invitación de LAN Colombia, Hotel Fundador, Hotel Remota y Cruceros Skorpios.