No puede ser ajeno para el sector empresarial el debate nacional que nuevamente abrió el Fiscal General Néstor Humberto Martínez ante la noticia de una reforma a la dosis personal, definida por la Ley 30 de 1986 como “la cantidad de estupefacientes que una persona porta o conserva para su propio consumo”, cuyo porte se encuentra libre de sanciones, como posteriormente afirmaría la Corte Constitucional en 1994 mediante ponencia de Carlos Gaviria, sustentada en el derecho al libre desarrollo de la personalidad.
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El problema es que actualmente no hay un límite claro establecido en cuanto a la cantidad de tal dosis, por cuanto ella debe atender las necesidades del consumidor, de acuerdo con la interpretación dada por la Corte Suprema de Justicia. Si bien es cierto que la propuesta del Fiscal está encaminada a combatir el microtráfico que utiliza la dosis personal como excusa del porte de estupefacientes para el narcomenudeo, bien vale la pena revisar las siguientes reflexiones en cuanto a su pertinencia para el presente y futuro de los jóvenes en nuestro país.
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1. No es un problema de topes en la cantidad consumida. La prioridad debe ser eliminar su consumo en los jóvenes, la facilidad creciente para conseguirla y la mayor permisividad de la sociedad al consumo, factores que sin duda generan un aumento de la demanda. Desafortunadamente, el consumo de drogas en el país ha aumentado de manera considerable, como se evidencia en el Reporte de Drogas de Colombia 2017 del O.D.C., en donde se menciona que la prevalencia de uso se incrementó tanto “alguna vez en la vida (8.8% en 2008 al 12.2 % en 2013) como en uso durante el último año (del 2.6% al 3.6%)”.
2. No se trata de criminalizar a los jóvenes por su uso. Por el contrario, la sociedad colombiana debe reconocer la incidencia de determinantes como la vulnerabilidad propia de su edad ante la presión social, el sentimiento de soledad, la difusión en los medios de comunicación, la intolerancia a la frustración, la rebeldía, el deseo por obtener mayor placer, los problemas familiares y la escasez de recursos económicos, entre otros. Sin embargo, el mensaje pedagógico que surge del reconocimiento de la dosis personal, parece estar generando una mayor confusión entre la población joven sobre la pertinencia de su uso y sus riesgos, tal como se observa en el estudio de consumo de sustancias psicoactivas en Bogotá 2016, en donde la percepción de gran riesgo de fumar marihuana una o dos veces es del 58.3%, mientras que la percepción de fumar cigarrillo frecuentemente es del 86.1%.
3. Se debe buscar un sustituto. La mejor forma de acabar con el consumo de un bien es encontrar su sustituto perfecto, de tal forma que se convierta en una “cosa” sin ningún tipo de significado para el demandante. En el caso de sustancias como la marihuana o la cocaína, no se trata, por supuesto, de reemplazarla por drogas sintéticas con efectos aún más crueles en los consumidores, sino de buscar experiencias extraordinarias que los mantengan alejados del consumo de estupefacientes: tal es el caso del programa pedagógico Youth in Iceland, que promueve el fortalecimiento tanto de las relaciones familiares como de las actividades extraescolares (deporte, danza y arte, entre otras), acompañado incluso de un toque de queda para los jóvenes. Este programa es el responsable de que Islandia sea hoy en día un ejemplo mundial en la reducción del uso de drogas, con resultados mucho mejores que los obtenidos por otras experiencias de tolerancia como la desarrollada en Holanda, país en que la disminución del consumo ha sido realmente mínima.
Argumentos pesimistas como la incapacidad para controlar el consumo, el acceso creciente de los consumidores al microtráfico, las nuevas variedades de estupefacientes en el mercado y precios bajos, entre otros, podrían sugerir que debemos aprender a convivir con las drogas. Sin embargo, estadísticas de mortalidad por el consumo de drogas (la Organización Mundial para la Salud demuestra que fue responsable de más de 450.000 muertes solamente en el año 2015), además de los problemas asociados tanto para los consumidores (enfermedades físicas crónicas, trastornos mentales) como para la sociedad (inseguridad, violencia, baja productividad laboral), son razones suficientes para fortalecer con más pedagogía la lucha contra este flagelo.
En Colombia, de acuerdo con datos de UNDOC y el Ministerio de Justicia, la edad media de inicio de uso de marihuana es 18 años, LSD 19 años y cocaína 18 años. Por tanto, el énfasis debe estar en la prevención (educación básica, media y superior), en la medida en que existe una relación estrecha entre el consumo temprano de drogas y la probabilidad de adicción, con programas pedagógicamente sólidos, atractivos para los jóvenes, construidos de acuerdo con su vida cotidiana y respetuosos de su cultura, que privilegien el diálogo sin mensajes unidireccionales y tal vez, lo más importante, con la participación de todos los actores que acompañan a los jóvenes en su proceso de formación como son sus padres de familia, profesores y amigos.
¿Será que podemos construir con los jóvenes una pedagogía innovadora para erradicar el consumo de drogas, cuyo centro sea la defensa de su dignidad?
Alejandro Cheyne
Decano de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario
Especial para Portafolio.co