El país está medianamente desbarajustado. Se percibe en los medios y en las redes sociales. Los ‘indignables’ se indignan y los indignados profesionales también. El desbarajuste se anida en las cortes, en los malolientes resquicios de la corrupción, en los embalses vacíos y en las desniveladas y peligrosas aceras de ciudades y pueblos. A veces lo exageran. Como el desbarajuste asedia con bulla, habría que asumir que todo, absolutamente todo, está desbarajustado. No es así.
Por lo arcano, el desbarajuste más socorrido es el de la economía. La ciencia deprimente se especializa en diagnosticar desbarajustes, en general desde la óptica del vaso medio vacío. Todas la cifras de la economía colombiana son lúgubres y parecerían deslizarse hacia oscurecerse más. Y, en efecto, los guarismos no son un Milky Way. Empero, ya se observa el quiebre en la dirección del deslizamiento, redirigido por el acierto en el manejo de política económica, así la opaque la incierta paz y las aprehensiones sobre su costo institucional.
Cinco años duró la fiesta. Se gozó, y muchos compatriotas salieron de pobres. Se llegó a tener la ilusión de que fuera indefinida. Con el dólar tasado en revaluados pesos, el ingreso subió a 8.000 dólares per cápita. Se postuló que éramos más ricos que la autodesbarajustada Argentina. Fue un festín sin ahorros, que, por el contrario, destruyó aparato productivo cuando el peso fuerte restó competitividad. Más aún, no se previeron absorbe-choques para bajarse de la nube.
Despuntó el día del juicio de la bonanza minero-energética cuando los grandes productores de petróleo dejaron flotar el precio del barril. Exportaciones que representaban casi el 60 por ciento del comercio exterior de Colombia se redujeron a menos de la mitad. El aporte del sector a los ingresos fiscales cayó del 20 al 3 por ciento.
Pero, ¡oh sorpresa!, la institucionalidad en lo económico ha reaccionado bien. El país no va a entrar en recesión. En el peor año, el crecimiento del PIB en el 2016 se mantendrá por encima del 2 por ciento.
La bendición de una tasa de cambio flotante lideró el ajuste progresivo. Es la señal para que el consumo se contraiga y se equilibren las cuentas externas. Su efecto no es el del interruptor de la luz; hay que darle tiempo. Para las importaciones se siente enseguida, pero las exportaciones no tradicionales necesitan espacio para reposicionarse como proveedores confiables, después de años sin poder competir. El déficit de la cuenta corriente (3,6 por ciento del PIB) asusta, pero las remesas continúan creciendo y la inversión extranjera fluye. Para no hablar de que las sólidas reservas internacionales no se han tocado.
El Banco Central atacó de inmediato las expectativas de inflación, creadas por ‘El Niño’ y la devaluación, con sus instrumentos monetarios. Hacienda hizo lo que cualquier persona prudente: si se reducen los ingresos hay que reducir los gastos. Los recortes presupuestales son creíbles (dentro de los límites del creciente servicio de la deuda y las pensiones). El déficit fiscal del 3,6 por ciento es excesivo e inviable para mantener la regla fiscal, lo que hace inevitable una reforma tributaria –ojalá sensata– que aumente los recaudos en el varios puntos del PIB.
Don Sancho Jimeno defendió Bocachica con vigor en 1697, pero no logró prevenir el terrible shock: Cartagena la saquearon hasta la última palangana. Dos años después, arribó su nuevo gobernador, Juan Díaz Pimienta y Zaldívar, el mejor quizá de toda la Colonia. La ciudad renació. Siempre es mejor mirar el vaso medio lleno.
Rodolfo Segovia
Exministro – Historiador
rsegovia@sillar.com.co
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El vaso medio lleno
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Rodolfo Segovia S.
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