Amanece lloviendo en Bogotá. Y el cielo grisáceo y desconsolado parece desplomarse torrencial sobre la ciudad. En un artilugio de minutos, de este noviembre en que llegan el arzobispo y la cauda de torrentes a Colombia, el sol estallará prístino en un cielo imposible. Un diluvio lo arrebatará de su dicha. Como si una mano impaciente de pinceladas trastocara a su antojo el lienzo de este universo hogareño.
¿Adónde va toda el agua que cae? ¿Se aprovecha realmente el líquido que el sistema de cuencas, interceptores, canales y colectores de la EAAB recoge con simetría de telaraña para que la capital no se inunde tanto como se inunda?
Miro esta faringe de cemento que profana con su anchura la avenida 19 desde la Calle 134 hasta desembocar en el Canal Callejas de la Calle 127. El nivel del agua se ha exaltado: fluye, turbulenta. ¡Qué será de las pobres gentes que viven y dormitan bajo los puentes y en las cloacas de alcantarilla que ilumina Papá Jaime con su presencia!
He pasado mi vida pensando en el agua.
Haciendo malabares personales para preservarla y evitar su desperdicio. Gestando evangelizaciones privadas y públicas para alabar su importancia. Lucubrando mecanismos para rendir esta bendita agua lluvia.
Y soñando escenarios en los que la ambrosía no derive en fuente de guerras y miseria y escasez, y se convierta en bocanada para que las migraciones lancen en éxodo de penuria a enteras poblaciones sedientas.
Nos resistimos a amigarnos con el agua. A amasar con ella un pacto de esperanza. La envilecemos. Y no se entiende cómo en un mundo con albores de agonía no aprovechamos las aguas lluvias generosas. Y eso que escribo desde Bogotá. Es decir, desde el privilegio. Con una cobertura universal de agua y alcantarillado. Lo que no pasa en muchas, tantísimas partes de Colombia. En las que pululan, además, fuentes fluviales contaminadas, degradadas, ausentes.
Volvamos nuestra fe hacia el agua de las lluvias. Que, en todas las nuevas construcciones urbanas y rurales, y si es posible en las recientes, se implementen y adapten los sistemas de aprovechamiento de esta fuente del cielo. Con canales y tanques de acopio. Con mecanismos de filtrado y reutilización. Hay leyes para eso: el uso eficiente del recurso hídrico. Pero son leyes, como todas las normas en esta Colombia hispánica: se acatan, pero no se cumplen.
Necesitamos conciencia y acción sobre el aprovechamiento y el uso del agua. Reflexión y cambios acerca de las formas cómo agostamos la tierra, sus manantiales naturales, sus fuentes, sus hielos. ¡No vamos a tapar el sol cubriéndonos los ojos! Recomiendo ver “Aguas turbias”, de “Rotten” (Netflix).
Todo pasa mientras nos ensañamos en el fingido y escenográfico pugilato entre Biden y Trump. Pelea de buitres que rapiñan un lánguido Estado y una noción de democracia en estertores. Mientras USA da la espalda al Acuerdo de París...
¿Cuántas veces he escrito esta columna? En todo caso, menos de las que visto lo que por agua se va.