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Miguel Gómez Martínez

Arribismo intelectual

La inflación de títulos es como todo proceso inflacionario. Los títulos cada día valen menos y el conocimiento brilla por su ausencia.

Miguel Gómez Martínez
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Miguel Gómez Martínez

En un país que cree, de manera simplista, que todos los problemas se resuelven con más educación, es revelador lo sucedido con los plagios en las tesis de algunas figuras públicas que han sido conocidos recientemente.

Es poca la importancia que se le asigna al plagio o la copia en el modelo educativo colombiano. Quienes hemos sido profesores sabemos que la copia es un elemento constante en nuestro sistema. Los alumnos se copian desde la primaria hasta los niveles de posgrado. Cuidar un examen en Colombia exige máxima atención pues los mecanismos utilizados por los estudiantes son de infinita astucia. A pesar de que, con regularidad, algún profesor descubre este proceso las universidades, asustadas con los riesgos legales, no se atreven a imponer las drásticas sanciones previstas en sus reglamentos. Existen quienes se copian en todos los años del colegio y persisten en la universidad. Poco apoyo reciben los docentes que son intransigentes en la materia.

El plagio, entendido como un delito pues desconoce la propiedad del conocimiento, nunca se lleva a sus consecuencias penales. En el relativismo jurídico y moral que prima en nuestro país, nada es suficientemente grave como para merecer una sanción ejemplarizante. Siempre saldrá alguno que afirmará, con bastante razón, que si tenemos asesinos como parlamentarios no vamos a castigar a uno que plagió una tesis.

Tal vez lo más complejo es el arribismo intelectual que ha contagiado a todos los sectores de la sociedad. Llenarse de títulos se convirtió en un deporte nacional porque el valor de los mismos se ha devaluado producto de la baja calidad de la educación. Hace algunas décadas ser profesional era sinónimo de tener unos conocimientos y competencias que le permitían salir adelante en la vida.

Con el derrumbe de la calidad de la formación básica, cada vez fue más evidente que quienes terminaban el bachillerato o el ciclo universitario tenían vacíos protuberantes en su formación. El mercado empezó a solicitar más años de formación para intentar suplir estas falencias. Las hojas de vida se llenaron de títulos que no reflejan una verdadera vocación académica. Las especializaciones son apenas profundizaciones de conceptos que deberían haber sido asimilados en el pregrado. Como esto no era suficiente, aparecieron en el mercado las maestrías, que se supone son más profundas y exigen un componente de investigación.

A diferencia de lo que sucede en otros países, estos programas no tienen estudiantes de tiempo completo sino que se hacen en paralelo con la vida productiva. La capacidad de una persona que trabaja de dedicar la atención y concentración necesaria para adelantar una maestría conspira con la calidad y profundidad del ejercicio académico.

La inflación de títulos es como todo proceso inflacionario. Los títulos cada día valen menos y el conocimiento, escaso en tantos temas, brilla por su ausencia.

MIGUEL GÓMEZ MARTÍNEZ
​migomahu@hotmail.com

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