El buen criterio de Gustavo Galvis y de Mauricio López, su compañero de lucha por un mundo mejor, y la compañía de un esforzado equipo de colaboradores, enfiló el congreso número 18 de Andesco hacia el desarrollo Sostenible.
Era de esperarse de estos dos directivos de la Asociación Nacional de Empresas de Servicios Públicos y Comunicaciones. Galvis batalla como un cruzado en la defensa de las fuentes acuíferas y Mauricio es obsesivo con ese asunto del desarrollo sostenible y sus 17 objetivos para transformar un mundo que ya anuncia su agonía. El número 11 trata sobre fundamentar ‘ciudades y comunidades sostenibles’ es decir, “lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles”. Mejor dicho, nada de lo que son las urbes colombianas, que terminarán convertidas en verdaderos focos de mal vivir y sentinas de la convivencia, a menos que sus líderes y sus habitantes se pellizquen y decidan dar una batalla seria por ellas.
La varita mágica de la paz va a encontrar el territorio de más de media nación sin gobierno ni Estado, y a la mayor parte de la población migrando a las cuatro o cinco principales capitales (con Bogotá convertida en otro país) para hacinarse y sobrevivir con fiereza. En la proyección que el Dane hace para el 2020, Colombia se va a concentrar aparatosamente en las mismas capitales de hoy, dejando municipios e incluso departamentos con menos habitantes por kilómetro cuadrado que la Isla de Gilligan.
La vida actual en las ciudades capitales tiene algunas cosas a favor, pero en su contra maneja muchos factores de pánico. Hay avances en la lucha contra la pobreza, universalidad de servicios públicos y sistemas de salud, y nuevos criterios de progreso, como la telefonía celular y la banda ancha, están galopando desbocados, pero, sobre todo, en beneficio de los más vulnerables.
Pero contra la sostenibilidad de las ciudades colombianas conspiran los que deberían ser sus heraldos de desarrollo. Muestra y botón son los sistemas de movilidad, que ya han mutado en lugares como Bogotá a una verdadera parálisis y al colapso del transporte público. Con una característica muy especial que se da en las soluciones en Colombia. Y es que incluso antes de comenzar a funcionar, ya evidencian un asombroso grado de obsolescencia.
Miren lo que pasa con los aeropuertos, como el nuevo El Dorado, que se hacen inviables durante su mismo proceso de construcción. Hay que ver lo que demora una obra de esas magnitudes para ser levantada en Japón, donde el tiempo no es una plastilina. Para qué hablar del desorden entre las distintas dependencias del Estado y el caos presupuestal.
Cuando las ciudades van a albergar oleadas colosales de población, surtidas demoledoramente de agentes como el posconflicto, bien haríamos en tomar en serio el desarrollo sostenible. Arreglamos los asentamientos que tenemos y/o creamos nuevas metrópolis, que harto país sí existe para eso.
Otro día hablamos de la corrupción de los POT, de la extinción de la cultura ciudadana y de la sepultura de las nociones de convivencia, a cuyo fracaso hubo que inventarle un nuevo código de policía para que el asunto no se hiciera franca y realmente insostenible.
Carlos Gustavo Álvarez G.
Periodista
cgalvarezg@gmail.com
Ciudades insostenibles
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