En su libro De animales a dioses, Yuval Noah Harari, intenta condensar la historia de la humanidad en tres importantes revoluciones: cognitiva, agrícola y científica.
La arqueología demuestra que distintas clases de humanos coexistieron, pero solo el homo sapiens permaneció. Como los chimpancés, los humanos vivían en grupos, pero cuando estos se hacían demasiado grandes, la banda se dividía. Y fue la aparición de la ficción lo que explica, según Noah, la fundación de ciudades e imperios, pues el secreto para gobernar a millones de personas es que crean en mitos comunes. De esa manera, los Estados se fundan en mitos nacionales comunes que la gente inventa –leyes, derechos, dioses, dinero–, no existen fuera de la imaginación, pero son compartidos por todos.
Tomando el ejemplo de una empresa fabricante de carros, el autor concluye que incluso si se chatarrizaran todos los vehículos producidos, no por ello desaparecerá la empresa, pues, además de ser una invención de la maginación, existe con entidad legal y puede ser demandada, ya que se considera una firma con responsabilidades. Esas compañías son legalmente independientes de las personas que las fundaron, y son tratadas legalmente como personas jurídicas.
Noah piensa que la capacidad de producir relatos comunes creíbles, conduce a crear instituciones, y ello hace posible a millones de extraños cooperar hacia objetivos comunes; de similar manera, el comercio existe porque hay confianza para creer en entidades ficticias como el banco central, el dólar o las marcas registradas por las compañías. Todo ello es lo que conocemos como ‘culturas’, y aunque fisiológicamente los humanos no hemos cambiado mucho en los últimos 30.000 años, nuestra capacidad de cooperar con extraños ha aumentado exponencialmente.
La mayoría de las cuadrillas de sapiens vivían viajando, vagando de un lugar a otro en busca de comida. Sus movimientos estaban influidos por las estaciones, cambiaban de casa cada mes, cada semana, incluso cada día, cargando a la espalda los utensilios hechos de madera. Compartían lenguaje, mitos, valores comunes, y gran parte de su vida mental, religiosa y emocional se realizaba sin la ayuda de artefactos.
Los recolectores vivían en comunas carentes de propiedad privada, relaciones monógamas e incluso de paternidad. En una banda de este tipo, una mujer podía tener relaciones con varios hombres, y todos los adultos de la banda cooperaban en el cuidado de los hijos de todos. Una buena madre intentaba tener relaciones con varios hombres, de manera que su hijo gozara de las cualidades (y del cuidado paterno) no solo del mejor cazador, sino también del mejor narrador de cuentos, del guerrero, más fuerte y del amante más considerado.
Beethoven Herrera Valencia
Profesor Universidades Nacional y Externado
Colaboración de Nicolás Cruz