Como un invitado pesado, el dólar está empeñado en dañar la fiesta de la recuperación económica.
Impulsado por un vigoroso consumo, se rompen todas la previsiones sobre el crecimiento y estaremos por encima del 9 por ciento al cierre del año. El desempleo sigue cediendo aunque no al ritmo deseado ni necesario para recuperar el espacio cedido a la informalidad. Turismo, construcción y recreación muestran fuertes señales de reactivación. El precio del petróleo ha estado en niveles elevados.
Claro que preocupa la inflación y la perspectiva del impacto de un reajuste populista del salario mínimo. El Banco de la República ha estirado al máximo su paciencia pero no puede permitirse un desanclaje de las expectativas inflacionarias locales en un entorno mundial donde es evidente que el tema es de creciente preocupación.
En medio de la montaña rusa de los últimos dos años, el dólar ha permanecido imperturbable. Nada lo debilita ni lo asusta.
Hay una razón estructural: el exceso de gasto. El déficit de la cuenta corriente está por encima del 5,4 por ciento del PIB. La balanza comercial tiene un desequilibrio que no cesa de crecer acercándose a los 10 mil millones de dólares. El déficit fiscal estimado por el Ministerio de Hacienda estaría alrededor de 8,2 por ciento del PIB. Estas realidades, por si solas, explican la fortaleza de la divisa estadounidense.
Es claro además que la era de tasas de interés negativas se está cerrando. En el 2022 habrá un entorno monetario mucho menos líquido lo que favorece el flujo de capitales hacia los Estados Unidos.
A ello hay que sumarle los factores coyunturales relacionados por el entorno electoral del año que viene. ¿Cuántos de los que madrugan a las interminables filas para obtener un pasaporte lo hacen porque están preocupados por el futuro inmediato del país? Si están pensando en emigrar, también deben estar comprando dólares.
El peso débil refleja una verdad que nadie quiere asumir: nos hemos empobrecido. El mejor reflejo de ello es la turbulencia que se observa en el mercado bursátil. El valor de los activos colombianos expresados en moneda extranjera es muy favorable para los compradores que tienen dólares. El exceso de gasto -interno y externo- al que nos hemos acostumbrado nos está pasando cada vez una factura más alta. El que gasta mucho se empobrece.
Colombia está baratísima para los que no ganan en pesos porque nos hemos vuelto expertos en postergar las reformas que requerimos para recuperar el equilibrio, ganar productividad, ahorrar y atraer más inversión. El dólar aguafiestas nos recuerda que no hacemos la tarea y estamos corriendo riesgos cada vez mayores.
Como dice un sabio amigo: “Cuando el dólar está barato hay que comprar porque está barato; si sube hay que comprar más porque quiere decir que va a seguir subiendo”.
MIGUEL GÓMEZ MARTÍNEZ
migomahu@gmail.com