En las primeras páginas de la novela Los Ejércitos, de Evelio Rosero, la normalidad aburre y la paz permite que los protagonistas, un profesor retirado y su esposa, se preocupen de banalidades, y cultiven pequeños antagonismos relacionados con la supuesta afición del profesor por la arboricultura, que es en realidad un pretexto para espiar a una vecina joven que se asolea desnuda en su jardín. A medida que avanza la novela, el pueblo va quedando a merced de los ejércitos, que paulatinamente acaban con la paz, el orden y el tejido social, y destruyen finalmente el lugar. Rosero sostiene que lo que ninguna novela puede eludir es su realidad, la realidad que la ocasionó. Y en efecto, en Tumaco la situación corresponde a lo que él relata: la gente vive intimidada por el terror. Los grupos armados reclutan a la fuerza a los jóvenes, matan o destierran al que se les opone; desaparecen o secuestran gente a su antojo, aún a quienes representan a las fuerzas vivas. Muchos comerciantes se han ido, y la ciudad se consume en la corrupción, el abandono, la pobreza y la inseguridad. En esta operan una base naval y un batallón contra el narcotráfico, pero el Estado no tiene una presencia efectiva ni la comunidad muestra cohesión o capacidad de reacción para evitar que su ciudad y la región se hayan convertido en antesala del infierno. Esta situación la describe un revelador artículo de Luis Ángel Murcia, publicado en la revista Semana (diciembre 13 al 20). Hay tres elementos que han conspirado para derrotar a la seguridad democrática en esa zona, que si no se atienden pueden destruir lo que se ha logrado en seguridad en todo el país. El panorama de Tumaco se repite en otras partes del Pacífico, en la Costa Atlántica, en los Llanos, el Carare y muy notoriamente en Antioquia, que ya es uno de los mayores productores de coca. Estos tres factores son el narcotráfico, la corrupción y el abandono del Estado. En Nariño se han fumigado 40.000 hectáreas de coca, la violencia urbana es provocada por las bandas armadas que apoyan al narcotráfico y la población está afectada por la corrupción y la pobreza, fruto del abandono estatal. Semana advierte que el 60 por ciento de la población de Tumaco no tiene acceso a agua potable y que el 35 por ciento de los barrios no tienen alcantarillado ni servicios de aseo. Esta dejadez no corresponde a los ingresos por regalías del municipio, que podrían haber servido para responder a esas necesidades. La región está perdida y, si se propaga el mismo mal, se haría evidente que el avance en seguridad era pasajero o ilusorio. Tumaco es una enorme ventana rota que se debe reparar. El gobernador de Nariño dice mientras no se incremente el pie de fuerza y se reemplacen los cultivos ilícitos, esto no cambiará. Tiene razón, pero esas dos acciones no serían suficientes. Es necesario erradicar la corrupción, y concebir una nueva doctrina de seguridad que utilice elementos de las exitosas experiencias de Bogotá y Cali en el pasado, cuando se aplicaron métodos de salud pública para apoyar a la Policía o al Ejército, identificar las causas y los focos de violencia y atacarlos. Se requieren alianzas multisectoriales regionales contra la inseguridad y el abandono, e incorporar a la comunidad, al sector privado y a los gobiernos en la solución de los problemas de las localidades. Si ellos no se resuelven cabalmente, no hay esperanza de que el país pueda liberarse de los ejércitos. RUDOLF HOMMES Ex ministro - Historiador rsegovia@axesat.com El narcotráfico, la corrupción y el abandono del Estado han conspirado para derrotar a la seguridad democrática en Tumaco.ANDRUI
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20 dic 2010 - 5:00 a. m.
El abandono y la seguridad
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