Abu Dabi se levanta a orillas del Golfo Pérsico y da la sensación de que un genio saldrá de una lámpara mágica humeante, mientras una Ferrari ruge y pasa zumbando por la avenida Corniche. Lo cotidiano se mueve a la luz del día con una dualidad que cautiva y hechiza a los turistas, como aquel sabio encantador de serpientes cuya melodía entretiene e hipnotiza. Incandescentes, las culturas se funden, se rozan, se descubren.
Antes de entremezclarse con los usos y costumbres conviene sobrevolar por el orden político de un lugar único. Abu Dabi es la capital de los Emiratos Árabes Unidos, siete monarquías hereditarias con poderes centrales para gobernar la confederación. Dubái, Ajman, Fujairah, Sharjah, Ras al-Khaimah y Umm-al Quwain completan la región.
Sus límites son el Golfo Pérsico, Omán y Arabia Saudita. Cada una tiene autonomía política, económica y judicial. El presidente emiratí es el jeque Khalifa bin Zayed Al-Nahayan, que sucedió a su padre Zayed bin Sultan Al-Nahayan, en 2004, y que también gobierna Abu Dabi. La máxima autoridad es el Consejo Supremo Federal, integrado por los siete emires.
Según la revista Forbes, Khalifa bin Zayed Al-Nahayan es uno de los gobernantes más ricos del mundo, con una fortuna de 19.000 millones de dólares. También uno de los principales impulsores del deporte y cuentan por aquí que sus favoritos son las carreras de caballos y las de camellos.
Los primeros rasgos de una cultura diferente se advierten cuando se pisa el aeropuerto. Transcurren unos segundos hasta que actúa el poder de reacción, entre hombres con túnicas, turbantes y barba tupida que pasan veloces por la terminal; entre mujeres que, tapadas de pies a cabeza, sólo miran al piso por el único resquicio que les queda en su vestimenta.
El respeto contiene la curiosidad. Por si acaso, no hay que mirar directo a los ojos. Abu Dabi tiene 945.000 habitantes, de los cuales el 80 por ciento es extranjero; la mayoría llegó desde la India, Paquistán, Filipinas, Egipto, Bangladesh y el Reino Unido.
La fusión visual es asombrosa. Entre los autos último modelo, las torres que se levantan una tras otra por las principales avenidas, se mueven hombres con túnicas blancas y mujeres de vestimenta negra. Los rezos, cumplidos con devoción y disciplina, se realizan puntualmente cinco veces por día. Se oyen cánticos por los altavoces de las mezquitas. El sonido provoca admiración y respeto, aun sin entender bien de qué se trata.
Sus construcciones y el desarrollo impactan. Las torres confunden la vista, como una perfecta hilera de fichas de dominó. El boom inmobiliario fue tan grande que se destinaron más de 200 billones de dólares para una inversión urbana que abarca diez años.
Las turbulencias en la Bolsa de Comercio de los Emiratos, sobre todo en Dubái, no modificaron la tendencia hasta ahora, y no parece que lo vayan a hacer pese a la incertidumbre que se planteó. Su progreso es comparable sólo con China e India, las potencias de Asia. Por eso, Abu Dabi es hoy un destino imperdible.