Líderes de los bancos de desarrollo del continente se reunieron la semana pasada en la heroica, con motivo de la Asamblea de Alide en su versión 44, para discutir los problemas del desarrollo territorial y sectorial, buscando encontrar elementos de innovación y tecnología para añadir valor a los servicios financieros.
Desde finales de los noventas, una vez se consolidó la tendencia de la banca comercial hacia la mayor profundidad financiera, la banca de desarrollo empezó a ser cuestionada en términos de su función social.
En principio, la respuesta institucional fue sencilla: si la expansión del producto no era financiado totalmente por la combinación entre crecimiento de la masa crediticia y la aplicación de excedentes, existía un espacio que el sector financiero comercial no estaba llenando por razones de aversión al riesgo o por la existencia de fallas de mercado que justificaban la presencia de la banca de desarrollo y su preservación institucional.
Los procesos de financiamiento a las pyme, el crédito a sectores productores de bienes no transables o a ramos de la producción con problemas de obsolescencia tecnológica, así como la aparición de economías emergentes caracterizadas por menor costo laboral, gran tamaño de las series y regulaciones de baja exigencia en materias laboral y ambiental, dibujaban un cuadro de menor propensión al otorgamiento de préstamos por la banca privada.
La banca comercial, entonces, buscó sus rentas en el incremento de los cobros por los servicios bancarios y en la ampliación de las inversiones en títulos de deuda pública en su activo total. Así se perfiló una situación en la cual los bancos de desarrollo sortearon las presiones del debate público, pues justificaron su existencia en la creación de líneas de redescuento para tales sectores de mayor riesgo relativo, aparejaron su función con la de los sistemas de garantía crediticia y lograron detener su proceso de declinación. No obstante, durante ese periodo se redujo el número de instituciones financieras de desarrollo.
Durante la primera década de la presente centuria, la banca comercial incorporó nuevas estrategias de profundización financiera y de llegada a sectores que no habían sido objeto de su atención regularmente. Los grandes proyectos de infraestructura, tradicional espacio de los organismos multilaterales de crédito, así como los proyectos de los entes territoriales, comenzaron a ser financiados por bancos privados que resolvían con mayor agilidad y menores condicionamientos las operaciones de crédito.
Y, comoquiera que los bancos de fomento debieron salir al mercado de capitales a buscar sus recursos, pues ya no hubo más capitalización vía presupuesto público, el precio de los créditos privados alentó la competencia y colocó a las instituciones de desarrollo en dificultad, ya que tomó fuerza el aserto de que la banca de segundo piso no asumía riesgo y en cambio tornaba más costoso el financiamiento.
La banca comercial, más allá de los discursos sobre la sensibilidad social, logró expandir las actividades en su movimiento de profundización. De una parte, utilizó su capacidad de cabildeo para hacer que los políticos apropiaran las tesis según las cuales la bancarización era el nuevo nombre del desarrollo y la tasa libre era el mejor aliado para el crecimiento del microcrédito.
Así, la mayor participación de las microfinanzas convirtió a los microempresarios, independiente de si venían huyendo del detestable sistema del cuenta gota o no, en transferentes de rentas hacia el sector financiero, mientras los bancos comerciales precavían el riesgo a través de sistemas de garantías encareciendo aún más el costo de los préstamos.
Ante las nuevas exigencias, los bancos de desarrollo debieron racionalizar costos y márgenes, buscando escala, velocidad y mejores indicadores técnicos, de solvencia y capacidad patrimonial. Para ello acudieron a las fusiones y han tratado de acompañar con un portafolio de líneas de redescuento las áreas de prioridad de la política pública a la vez que han sido co-administradores de programas públicos requeridos de gerencia financiera.
En la crisis 2008-2010, la banca de desarrollo generó líneas de financiamiento anticíclico que revalidaron su función y fueron bien recibidas por la propia banca comercial. Los comerciales han seguido desarrollando productos crediticios: con diferente balance de resultados regresaron con cautela al mercado hipotecario y empaquetaron sus productos para el sector familias vinculando al dinero plástico otros servicios, entrando de lleno al mercado de giros y remesas de población migrante y atacando el mercado de bienes de consumo durable.
La banca de desarrollo se ha abocado a una respuesta mucho más exigente. En la situación presente, debe convertir el servicio crediticio en una cadena de agregación de valor en los órdenes local, sectorial, regional, nacional e internacional.
Para tal efecto, debe marcar la pauta en procesos de gestión innovadora a todo nivel y ejercer un liderazgo en los circuitos de desarrollo tecnológico y articulación productiva e institucional.
En el campo de la prospectiva sostenible de los territorios en Colombia, Findeter ha evolucionado positivamente hacia productos y servicios para el desarrollo territorial integrado, los cuales dejan ver el interés por estimular un movimiento de renovación e innovación institucional. ¡Enhorabuena! La participación de la entidad en el programa nacional de vivienda, el proceso sistemático de asistencia técnica a los entes territoriales para la formulación de proyectos y, el impulso a los planes especiales a través de programas como el Diamante Caribe y de los Santanderes, las Ciudades Sostenibles y las Ciudades Emblemáticas, son todos ellas expresiones de una estrategia que agrega valor al financiamiento, asegurando un impacto significativo y muestran un enfoque holístico de mérito.
Buenos augurios para la Asamblea de Alide y para Findeter como anfitrión. La banca de desarrollo latinoamericana clama por un salto de magnitud hacia una gestión innovadora.
Juan Alfredo Pinto S.
Exembajador en la India